jueves, 17 de febrero de 2011

Reflexiones sobre lecciones de vida


Ocurrió una vez que sin querer y mientras caminaba por el campo pisé la entrada de un hormiguero.
Hubo algo en esa acción que me impresionó y es lo que quiero explicar a continuación.

Se produjo un enorme, pero un enorme revoloteo de hormigas.
Evidentemente lo que había ocurrido para ellas podría compararse a un cataclismo.
Las hormigas corrían de un lado a otro, se comunicaban entre ellas, salían, entraban.... imagino que es fácil para quien lee este escrito hacerse una idea de lo que estoy contando que pasó.

Lo que me impresiono es lo rápidamente que se organizaron para reorganizar la entrada, quitaron piedras, pusieron piedras, cambiaron piedras de sitio.... todo ello a una velocidad de vértigo
Y en apenas unos instantes se recuperó la calma.

Ahí saqué una parte de niño travieso pero al mismo tiempo de niño que investiga, volví a deshacerles la entrada a su hormiguero y se repitió la escena.

Lo que aprendí es que ninguna hormiga, en ninguna de las dos ocasiones se "paró", ni desanimada, ni desalentada, ni confundida, ni reprochándose nada, ni lamentando, hicieron como el agua de un riachuelo cuando se le pone un obstáculo, busca siempre la forma de seguir su curso hacia el mar y si estancamos el agua....
…se evapora, lo que a la postre no deja de ser un modo de llegar al mar, de otra manera, habiéndose evaporado y condensado como lluvia, pero al final llega al mar.

Cuento esto porque si somos una parte animal y estamos formados en un altísimo porcentaje de agua en nuestro interior   -somos entonces también agua-   también nosotros podemos hacer como las hormigas de mi anécdota o como el agua de mi metáfora. Tenemos la fuerza inmensa y majestuosa de la vida en nuestro interior para seguir hasta la meta o para conseguir lo que es bueno para nosotros.

El quid está en hacer valer el valor de esos valores.

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