sábado, 30 de octubre de 2021

Un Mago Genial Capitulo II El origen

 

CAPITULO II

El origen

 

Estaba tomando café. Tenía la maleta y la mochila en la recepción del hotel. Serían las 7,30 de la mañana cuando apareció Samantha. Vestía con pantalón y chaqueta de explorador. Parecía que iba a realizar alguna excursión a la montaña. El pelo lo tenía recogido a la espalda con una trenza perfectamente peinada. No llevaba el pañuelo en la cabeza. El hotel es un territorio libre de dogmas. Sin ninguna duda, por su estatura y por su belleza, aquella mujer parecía una mujer del norte de Europa.
Estaba sencillamente preciosa.
 
-      Buenos días Jean ¿Has descansado?
-      Como un chiquillo.
 
Samantha me dio dos besos y sin dilación pidió un café y dos raciones de pastel de arroz.
 
-      Jean con el café solo no aguantarás hasta la hora de comer. Tienes que alimentarte bien. Te alimentas de lectura y de estudio y con eso solo no se puede vivir.
-      Que bien me conoces. La verdad es que me he despertado a las cinco de la mañana y he estado repasando el Ginza y el libro de Juan, dos de los textos mandeos más conocidos. Quiero estar bien preparado antes de ver a Jared.
-      Hablé con el gerente de la agencia y me han ratificado en el trabajo por el tiempo que necesites de mis servicios.
-      Lo sé, me llego ayer por la noche un e-mail donde me lo anunciaban. El correo me decía que el importe excedido por el periodo contratado estaba ya pagado. Enseguida deduje que tu estabas detrás de dicho pago. Terminare enfadándome contigo. No debes pagar mi trabajo. No es justo y quieras o no, te compensaré.
 
Samantha se echó a reír.
 
-      No ha sido nada. Además, esto no es un trabajo sino una aventura y estoy encantada de estar formando parte de ella. Por otra parte, no tienes que pagarme nada pues al ser matrimonio la mitad de lo tuyo es mío y viceversa. Y te aseguro, que salgo ganando.
 
No pude contener la risa. Aquella mujer era divertida y me lanzaba dardos envenenados que en todo momento me sorprendían.
El camino a Gavmishabad fue más reposado. Hablamos como dos colegiales. Hablamos de nosotros, de nuestras vidas, de lo que sentíamos, de nuestras creencias. Enseguida comprendí que aquella mujer era una humanista. Un ser preocupado por la naturaleza, que amaba la vida y al ser humano. No practicaba creencia o religión alguna, sencillamente, porque estaba por encima de todas ellas.
Cuanto más hablaba más me gustaba; pues fui descubriendo en mi un sentimiento que nunca había experimentado por ninguna mujer, y he estado con muchas. Era admiración. Tengo cuarenta y dos años y he vivido sobre todo la atracción hacia el cuerpo, incluso el carácter de las mujeres que han formado parte de mi existencia. Pero nunca había admirado a ninguna. Nunca había valorado a la mujer como algo superior al hombre, y no es que sea machista, afortunadamente tengo una madre de la que aprendí sin esfuerzo la dignidad a la mujer. Mi padre fue un triunfador, un hombre respetado y amado por sus empleados, pero finalmente comprendí que, sin mi madre, jamás habría podido llegar a realizarse plenamente. La verdad es que quería a mi madre con un sentimiento de afecto profundo. Ella siempre estuvo conmigo. Pero la mujer que conducía despreocupada, jovial y parlanchina estaba provocando algo extraño en mis sentimientos y no era pura atracción física, sino algo más. Por un momento pensé que Jared me había sensibilizado y en ese estado podía amar hasta los lagartos que dormitaban al borde de la carretera.
Recuas de ganado interceptaban la carretera. Iban a abrevar a la pequeña laguna. No tenían prisa ¿Cómo estaría Jared? Me preocupaba la salud de aquel hombre venerable.
Finalmente llegamos a la casa de nuestro querido anciano. Golpes rítmicos de martillo enderezaban las láminas doradas. Los varones de la familia, estaban ganándose el sustento. No saludaron a través de la ventana con una cálida sonrisa.
Salima estaba ya en la puerta.
 
-      Me alegro de veros. Tenéis que volver a montar en el coche. La casa de Fátima está a cuatro kilómetros.
 
La casa de la viuda Fátima era de dos plantas. Su construcción era relativamente reciente. Un jardín bien cuidado con asientos de madera presidía la entrada.
Fátima abrazó a Salima y nos saludó con una pequeña reverencia.
 
-      Bienvenidos. No les esperaba. La verdad que mi casa es pequeña y solo me queda una habitación disponible. Es la más grande de la estancia y tiene baño propio. Me avisaron repentinamente y no puedo ofertarles otra cosa. Si no les gusta, a diez minutos hay un pequeño hotelito con mejores ofertas.
 
La decoración interior de la casa era sencilla pero limpia y ordenada. Olía a lejía y eso era una buena señal. Nos mostró la habitación. Era espaciosa. Tenía dos camas separadas por una mesilla y un sofá. El baño estaba limpio y era amplio.
Enseguida vino a mi mente la idea de que a lo mejor Samantha necesitaba más intimidad y aunque había dos camas, no dejaba de ser la misma estancia. Aunque Fátima se dirigía a mi esperando una respuesta, yo preferí delegar la decisión en Samantha.
 
-      ¿Qué te parece Samantha? ¿Nos quedamos o vamos al hotel?
-      No, no…. Me gusta. Estaremos bien aquí.
 
Su respuesta me alivió, pues de ninguna manera podía incomodarla con mi decisión. He dormido de todas las maneras, en todas las posturas, con hombres, mujeres y niños, entre el hielo y bajo una manta al raso de la noche, incluso sobre canoa y encima de algún que otro árbol, pero prefería que fuese Samantha la que tomara la decisión.
Fátima solicitó nuestros pasaportes. Tomó una foto con su teléfono. Nos hizo firmar un papel y nos dijo el precio por noche de la habitación.
 
-      Últimamente tenemos que entregar los datos a la policía, por eso les pido su documentación. Lo siento ¿Cuándo días necesitarán?
-      Un mes -Dijo Samantha- ¿En qué moneda quiere que le paguemos?
-      En euros. Últimamente tenemos problemas con el dólar. Si lo desean también pueden pagar en riales.
 
Calcule rápidamente el importe de un mes. Le añadí una generosa propina y retomamos el camino hacia la casa de Jared.
La cara del venerable anciano tenía un aire nuevo. Una apacible sonrisa emergía de su rostro.
 
-      Bienvenidos, queridos amigos. Ayer no pude atenderos, pero hoy emplearemos toda la jornada en contaros la historia de mi pueblo. Se que has venido para realizar un informe documental para una agencia extranjera. Pero mucho de lo que oigas y veas no podrás contarlo.
-      Querido Jared he leído el Ginzá y el libro de Juan y estoy al corriente de tu cultura y de vuestras costumbres.
-      No Jean, esos documentos se han modificado tantas veces como han sido necesaria para que los pueblos que nos acogieron no nos persiguieran. Mi pueblo fue expulsado por los primeros seguidores de Cristo de Palestina y hemos peregrinado a lo largo de la historia por varias naciones. En todos los tiempos y en todos los pueblos fuimos perseguidos. Como antes te dije Ruha, la entidad del mal nos ha perseguido desde entonces. Ha sembrado en cada reino y en cada gobernante el odio contra nosotros. Y nuestro pueblo ha tenido que doblegarse en apariencia para no sucumbir, cambiando los textos y las doctrinas. El conocimiento oculto se ha perdido. Mi deber, antes de morir es trasladarte esos misterios.
Poco o nada queda inmaculado de las antiguas tradiciones. Pero no solo en nuestro pueblo. Vuestra cultura cristiana ha modificado sus evangelios muchas más veces, creando un mito que nada tiene que ver con la realidad.
-      Si comprendo cuanto dices, además en vuestro libro sagrado lo dice expresamente: “Cuando Jesús os oprima, decid: somos tuyos. Pero no lo confeséis en vuestros corazones, ni neguéis la voz de vuestro Maestro el altísimo Rey de Luz, Yohanna o Juan el Bautista, porque lo oculto no se revela al Mesías que mintió
 
Salima trajo una jarra de agua fresca y llenó nuestros vasos. Jared tomó un sorbo antes de seguir.
 
-      ¿Conoces los Textos Bíblicos y los evangelios cristianos?
-      Si en la versión aramea, griega y latina. Fue mi tesis doctoral en la universidad.
-      ¿Conoces la historia de Egipto?
-      Si, perfectamente. Además, me apasiona.
-      Bien, Jean, veo que los Señores de la Luz te han guiado bien preparado a tu ministerio.
-      Mire Jared, no vuelva con lo de sacerdote y no insista en casarme con Samantha.
-      ¿No te gusta Samantha?
-      ¿Pero cómo es Vd., tan malvado?
-      Claro que me gusta, pero no estamos casados y no tenemos ninguna relación sentimental, más allá de la amistad.
 
Los ojos del anciano se entornaron reflejando una extraña expresión de astucia o picardía.
 
-      ¿Y a ti Samantha no te gusta Jean?
-      Pues claro, pero no estamos casados.
-      Y si los dos confesáis este sentimiento ¿Por qué no os casáis?
-      Bueno Jared, no juegue con nosotros y cuéntenos la historia de su pueblo.
-      ¡Claro…Claro!
-      Nuestros primeros padres procedían de Caldea. Vivían, en una región próspera entre el Éufrates y el Tigris. Nuestra primera religión, por tanto, tenían fundamentos sumerios. Pero hacia el siglo XV antes de Cristo, nos vimos obligados a emigrar a Egipto, pues en dicho país había comida en abundancia y además trabajo. Sobre todo, para nosotros, pues esencialmente éramos orfebres y trabajadores de los metales preciosos.
Fueron los Hicsos, un pueblo de guerreros, procedentes del oriente de Canaán, que conquistó el Bajo Egipto y fueron sus reyes y gobernantes quienes reclamaron nuestra presencia por la habilidad en trabajar los metales.
Nuestros primeros padres, por tanto, asumieron la cultura y las tradiciones egipcias. Después de dos siglos de permanencia en dicha región nuestro pueblo creció en número y adoptó las deidades egipcias, porque de una u otra manera eran las mismas o semejantes a las sumerias. Eran dioses y semidioses venidos del cielo, creando al ser humano. Entregándoles la cultura y la religión.
Nuestros ritos funerarios, incluso hoy en día recogen gran parte de sus costumbres, con el tiempo, lógicamente modificadas.
Pero con el transcurso de los años nuestra religión se ha transformado en su manifestación externa en un galimatías entre judaísmo gnosticismo, cristianismo y creencias dualistas de origen iranio, además de influencias mahometanas.
Nuestra doctrina secreta, no obstante, siempre ha sido custodiada y preservada por unos pocos de nuestros sacerdotes. Yo soy el último guardián de esa doctrina secreta.
Nosotros creemos en una Suprema Inteligencia, o
creador del universo. Él creó cinco entidades de luz y otras iguales a ellas, pero opuestas o entidades de las tinieblas.
En realidad, son nueve principios universales. Y todas juntas vienen del Uno Supremo. Aunque nuestra cultura les dio diversos nombres. Estos dioses, no son sino La Enéada, o los nueve dioses de Heliópolis, supeditados al principio o Creador Universal.
Los dioses egipcios fueron conocidos como Ra-Atom, Shu, Tefnet, Geb, Nut, Osiris, Isis, Seth y Neftis.
-      Pero has dicho que son diez y la Eneada eran nueve.
-      Cierto, pero nosotros incorporamos a Horus; es decir el hijo de Isis y Osiris.
Más que dioses, son principios o energías, que pueden o no tomar cuerpo en la Tierra o bien utilizar algún semidios para manifestarse entre los humanos.
El portavoz de la “Eneada” fue Atún o Atóm, que se le representó como un carnero sentado en un trono.
 
Enseguida vino a mi mente la idea del dios supremo de los cristianos pues ellos hablan del cordero sentado en el trono.
 
-      Tengo que decirle Jared, que el cordero sentado en un trono es una figura cristiana descrita en el Apocalipsis.
-      Efectivamente. Veo que conoces bien la Biblia cristiana. Ten en cuanta Jean, que nosotros aprendimos de los egipcios y los cristianos nos copiaron; o, mejor dicho, nos robaron nuestra doctrina. Pero el origen es egipcio.
-      ¿Cómo que os la robaron?
-      Vamos por orden. Luego responderé a esta pregunta.
-      De los nueve, cinco de los dioses son considerados etéreos o principios fundamentales del universo. Los otros “cuatro vivientes” Isis, Osiris, Seth y Neftis tomaron cuerpo en Egipto y gobernaron aquella tierra por miles de años. Y después Horus la completó.
-      Pero Jared; los “cuatro vivientes” también están referidos en el Apocalipsis cristiano.
-      Ya te he dicho que todo viene de Egipto.
-      Entonces también debéis tener en vuestras escrituras a los veinticuatro ancianos, y a los ciento cuarenta y cuatro mil elegidos.
-      No lo encontrarás en el Ginza, ni en los textos que has estudiado de nuestra cultura. Solo quedo yo, con el pesado legado del conocimiento primordial. Y cuando todo esto esté en ti, tus hombros se inclinarán por el peso de tal revelación.
Los veinticuatro ancianos son veinticuatro civilizaciones del Universo que sirven y canalizan a los “nueve”.
-      Jared, ¿Esta Vd., hablando de extraterrestres?
-      Si hijo mío. Mi pueblo y los cristianos y musulmanes adoran a seres alados, espíritus y formas fantasmales. Creen en dioses; pero yo los he visto. Tú los verás en su momento y verás que son los ángeles y dioses de ayer, que hoy pueden pasar por extraterrestres o seres que habitan en el universo y no solo en la dimensión de la carne. He visto sus vehículos o “carros de fuego” y son máquinas no son fantasmas.
Esto que te puede parecer extraño, no puedo comunicárselo a mi pueblo, pues no me creerían. Dirían que soy un viejo que ha perdido la razón.
Los ciento cuarenta y cuatro mil son los espíritus traídos a este planeta por esos dioses creadores de la humanidad. Son la semilla sembrada en el planeta que después de millones de años ha fructificado en la humanidad actual.
-      Lo que me está contando Jared es absolutamente inverosímil. Ahora entiendo porque me dijo que no podría elaborar el informe para la National, pues no lo creería nadie ¿Pero no termino de entender lo de los ciento cuarenta y cuatro mil?
-      Es la simiente. Los embriones traídos por los biólogos celestes de varios rincones de este universo. Podría desaparecer la humanidad o incluso el planeta, pero esos espíritus son eternos. Son la simiente que utiliza la Suprema Inteligencia para poblar el universo.
Los primeros habitantes de Egipto deificaron a seres de carne y hueso y les atribuyeron toda clase de mitos, milagros y poderes. Aquellos antiguos no conocían los coches o los aviones ni podían imaginar que con un teléfono podemos comunicarnos al instante en varios puntos del planeta a la vez. Por eso los deificaron y les compararon con animales o con fenómenos próximos que ellos conocían.
Mi pueblo desaparece. Han pasado más de tres mil años y solo los brutos, los torpes y los dogmáticos creen hoy en día en ángeles, dioses, milagros y fantasías dogmáticas.
Queridos Samantha y Jean, vosotros veréis el comienzo del fin de las religiones en este planeta. Es absurdo o inapropiado que la sociedad actual fundamente sus normas y valores éticos en dioses fantasmales, dogmáticos o inexistentes de hace miles de años.
 
Los ojos del anciano comenzaron a humedecerse y su voz adquirió un tono más solemne.
 
-      Han sido millones de litros de sangre que se han derramado por seguir los dogmas religiosos de seres mitificados y deificados. Las guerras santas, las inquisiciones el racismo, la xenofobia y las persecuciones no pueden seguir existiendo. Tenemos que enterrar a todos esos dioses, pero no en forma violenta, sino contando simplemente la verdad. Pero la resistencia al cambio durará todavía varios siglos. Es por esto que estáis aquí. Recordad que es más fácil engañar a un ser humano que acepte que está engañado. Pues renunciar a su doctrina les hace sentirse desnudos, sin paraísos, ni cielos, ni infiernos.
Todas las doctrinas antiguas han fracasado, y la Humanidad está viviendo un holocausto. Miles de millones de seres humanos desparecerán. La tierra cambiará. El ser humano que ahora vive aquí cambiará su piel, sus órganos y sus valores. Está comenzando a nacer una raza nueva.
¡Yo lo he visto, queridos hijos…Yo lo he visto! Y cuanto he visto no puedo enseñárselo a los pocos que quedan de mi pueblo. Yo soy él último de los sacerdotes de mi tribu. Tu Jean serás el primero del nuevo culto liberador. Yo he visto a estos seres retornar en múltiples ocasiones y sembrar semillas en los seres humanos. Los he visto entrar en el vientre de las madres para sembrar y cuidar sus embriones.
Un maravilloso plan se está llevando a cabo entre la ignorancia humana. Todo se hace en silencio para que solo unos pocos lo sepan.
 
Salima, a veces y su nuera después, miraban alternativamente desde la cortina para vigilar a Jared. Aquella familia veneraba a aquel anciano. Todos estaban pendientes de servirle, de besarle, de amarle. Y ciertamente, tanto yo como Samantha habíamos sido enganchados a esa misma empatía maravillosa.
Jared se levantó y nos indicó que le siguiéramos. Salimos por la puerta trasera de la casa y no sentamos a la sombra de una parra repleta de uvas. Los olores y la luz de aquel rincón daban un extraño sosiego. Jared tomó la palabra.
 
-      Fue hacia el año 1340 antes de Cristo que nuestro pueblo estableció los fundamentos de la religión, la cultura y la tradición, de la mano de uno de los faraones más controvertidos de dicha raza. Me refiero a Amenophis IV o Akenaton, el faraón hereje.
Pocos conocen su historia real. Pero yo lo he visto, Jean…Yo lo he visto Samantha.
 
Samantha, que normalmente estaba callada, tomó la palabra.
 
-      Cuando dice que lo ha visto ¿A qué se refiere? ¿Tiene Vd., algún poder especial?
-       No hija. Yo tengo una televisión que no es de este mundo. Pero todo a su tiempo….
 
Yo entendía que aquel anciano tendría que tener poderes especiales de clarividencia o algo por el estilo. He conocido muchos sacerdotes de diversas religiones y culturas y el perfil psicológico de todos ellos es casi igual. La fe es un componente decisivo para reafirmar sus creencias. Resulta muy difícil razonar con estos ministros de dios. Ante la evidencia de sus dogmas atrasados o inconsistentes ponen la fe por delante, a pesar de que casi todos los milagroso y prodigios atribuidos a sus arquetipos divinos pueden ser explicados por la ciencia o que la doctrina que practican esta desfasada. Pero Jared, no respondía en absoluto a ese perfil. Además, con noventa años parece imposible encontrar personas con tal lucidez mental e intelectual.
 
-      El joven faraón Akenatón no era precisamente un ser superdotado. Estaba fuertemente influenciado por el ejemplo de su padre Amenhotep III, que había sido un faraón que había ampliado las fronteras y había llevado a Egipto a una excelente etapa de esplendor.
El cuerpo de Akenatón y sus ademanes reflejaban no a un conquistador, sino a un ser introspectivo y poco dinámico. Pero hacia el séptimo año de su reinado su destino cambió y con su cambio, toda la doctrina y las creencias de Egipto se tambalearon.
Fue en el propio palacio real de Tebas. El joven faraón estaba observando el cielo nocturno ensimismado con sus pensamientos cuando una pequeña luz del fondo del cielo comenzó a moverse extrañamente, haciéndose cada vez más grande y brillante. La luz le compenetró cegando sus ojos.
Luego ante él aparecieron tres figuras luminosas, bellas y puras, que emanaban un sentimiento cálido y arrebatador.
El joven faraón sintió en su cabeza la voz del más próximo:
-      Yo soy Atóm. Soy la voz de los nueve. Soy la conciencia del universo.
Nosotros vivimos en el equilibrio perfecto. No somos buenos, ni tampoco malos. Somos el equilibrio, pues está el bien que es incompleto pues le falta el mal y al mal le falta el bien.
Hay luz y tinieblas. Seres de luz y seres de oscuridad, pero separados son imperfectos. Pero ambos son necesarios para expresar la conciencia de la Suprema Inteligencia, a la que servimos.
Solo hay una conciencia universal. El aire, el árbol, el animal, la serpiente o el hombre son parte de dicha conciencia. Solo integrándose en esa conciencia se puede vivir en armonía.
Todos vuestros dioses y vuestros sacerdotes os apartan de la luz del conocimiento. Solo viviendo en el amor incondicional a la vida y al universo se puede acceder a esa conciencia. Quien vive en la conciencia del uno no necesita templos, ni dioses, ni sacerdotes. Nosotros vivimos en la luz y por la luz fueron hechas todas las cosas.
Luego Atóm, tocó la frente del faraón diciendo: - Mi voz estará siempre en tu cabeza.
Los sirvientes de palacio encontraron al farón tendido en el suelo, sin poder articular palabra alguna.
Y el faraón comenzó a escuchar en su cabeza una voz cálida que le instruía, le enseñaba y le guiaba.
Así lo cuentan las viejas crónicas, grabadas en los anales del tiempo. Cuyos archivos no pueden ser borrados ni modificados.
Aquel joven faraón comenzó una revolución absoluta que le enfrentó a todos los sacerdotes de Egipto, sobre todo a los servidores de Amón.
Estas castas sacerdotales gozaban de rentas, privilegios, propiedades y poder sobre el pueblo. Pero Akenaton instauró un culto sin sacerdotes. Solo él era el que escuchaba a Atóm y los sacerdotes de los otros cultos comenzaron a conspirar contra él al verse privado de sus prebendas y beneficios.
Cambió su nombre oficial de Amenofis IV por el de Akenatón y trasladó la capital del imperio a un punto preciso entre Memphis y Tebas. Ciudad ordenada por Atóm e instauró el culto al Sol cuya conciencia fue llamada Atóm-Ra.
La ciudad de Ajetatón en Amarna fue realizada en un tiempo récord, siguiendo las instrucciones que Atóm le diera al faraón.
Y sabios, filósofos, soldados y sacerdotes acudían al templo para escuchar la Ley del Uno; es decir, la conciencia unificada que integra toda la creación con un amor incondicional, que emergía de la cabeza y de los labios de Akenaton.
Nuestro pueblo trabajó en el palacio día y noche y nuestros primeros padres aprendieron dicho conocimiento, pues en nuestros corazones supimos que aquella enseñanza provenía de la Suprema Inteligencia y era buena.
 
Yo conocía bien la historia de Akenatón, pero nunca había escuchado que tuviera un encuentro con los antiguos dioses. Aunque efectivamente en uno de los hitos que delimitan la antigua ciudad de Amarna se puede leer que esas medidas habían sido dictadas por Atón Al propio faraón. Por otra parte, realmente algo tuvo que ocurrir de forma extraordinaria para que un joven de poco más de veinticinco años diera un cambio tan profundo enfrentándose a todas las tradiciones de su pueblo.
 
-      Durante unos pocos años la ciudad de Amarna floreció. Miles de personas vinieron a vivir y a practicar la religión del culto solar de Atón. Nefertiti, la bella mujer del faraón impulsó también dicho culto y junto a ella muchos cortesanos y sacerdotes de otros cultos se unieron bajo una sola conciencia.
Lo que ahora voy a contarte Jean, nadie lo sabe, incluso los otros Nasurais o sacerdotes de nuestro pueblo. Solo vosotros dos seréis los testigos y los custodios de dicha revelación.
Akenaton vivía solo para escuchar la voz de Atóm. Fue Nefertiti, su bella esposa, quien impulsó la institución más sagrada de la historia de la humanidad, inspirando la creación de la Fraternidad Solar, que acogería a los iniciados de dicho conocimiento o “Hijos del Sol”.
 
Jared, entornó la mirada hacia lo alto. Parecía que estaba recordando algo grabado en su espíritu.
 
-      Jean quiero que busques en vuestra Biblia y leas en voz alta el versículo 2-17 de Apocalipsis.
-       
Encendí mi IPad y busqué en unos segundos dicha cita. Luego leí en voz alta:
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice…. Al vencedor le daré del maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita un nombre nuevo, el cual nadie conoce sino aquel que lo recibe”.
 
-      Este texto Jean fue copiado por los cristianos de nuestras escrituras. Pero nunca supieron lo que esa sentencia quería decir, pues nuestros sacerdotes lo escondieron.  Y es cierto que existía una piedra y también no solo un nombre sino otros tantos, que solo unos pocos de nuestros Nasurais saben pronunciar y conocen. En este tiempo, querido hijo, solo yo poseo, tanto la piedra como los nombres sagrados y que debo entregarte antes de mi partida. Pero volvamos al tiempo antiguo. Y la bebida o maná, es una infusión de hierbas sagradas.
La fraternidad Solar estaba compuesta por setenta y dos iniciados, entre los que se contaban el faraón y la reina. Era un número fijo. Si uno de los hijos del Sol fallecía, otro entraba a formar parte de dicha Fraternidad.
Akenaton recibió instrucciones precisas para que se hiciera un altar de oro puro de pequeñas dimensiones, sobre el cual se depositaba una piedra de cuarzo puro en forma piramidal. A cada lado había sendos querubines alados de oro y plata.
Y en la base del pequeño altar los 72 nombres sagrados que debían ser recitados en voz alta por los iniciados. Cada nombre abría una puerta con el universo. Cada puerta despertaba a un dios y ese dios o Entidad revelaba en imágenes a en el cerebro de los iniciados las mismas imágenes y los mismos conocimientos. A veces dentro del templo de los Hijos del Sol se mostraban imágenes, se producían sonidos y se derramaba las esencias divinas y los aromas mágicos del universo. Antes de la ceremonia, los hijos del Sol tomaban una pócima sagrada compuestas de hierbas sedativas que agudizaban la percepción.
Las ceremonias de los Hijos del Sol se realizaban siguiendo un patrón estelar. Los astrólogos reales establecían los días propicios para sintonizarse y escuchar a los dioses.
Esta fue la verdadera historia que los cristianos plasmaron en sus escrituras después de copiarlo de nuestras tradiciones. Pero ningún cristiano tuvo acceso a la piedra y a los nombres sagrados. Pues tanto Jesucristo como sus seguidores sirven a Ruha, la Entidad del mal. Esta información no la encontrarás en el Hawan Gawaita, donde se habla de nuestra historia.
-      ¿Por qué dices que los cristianos y Jesucristo sirven al maligno? Es una acusación muy fuerte. No me extraña que os persiguieran.
-      Lo que digo nada tiene que ver con odio o resentimiento, solo pretendo contarte la verdadera historia, con ánimo de liberar a millones de personas del dogma que les ha sometido y les somete aún a la ignorancia y a la mentira.
La Ley del uno dice que solo hay una conciencia verdadera a la que todos pueden acceder. Y esa conciencia o Dios, está en cada planta, en el aire, en los animales en el ser humano y en la partícula más insignificante del cosmos.
En la religión cristiana Solo existe un Dios y su único hijo llamado el Cristo. Todo está en ellos y todo fue creado por ellos. De esa manera han ignorado la Ley del Uno puesto que una partícula del cosmos tiene la conciencia divina y no solo su dios el Cristo. Los cristianos han considerado este panteísmo como una herejía, e incluso llevaron a la hoguera a unos cuantos por defender esta doctrina.
Los cristianos afirman que solo invocando aceptando al Cristo se puede acceder a Dios y además han creado una casta sacerdotal que legisla, impone y persigue a quien no acata tal dogma de fe. Incluso han tenido la osadía de considerar que todo ser humano por el hecho de nacer tiene un pecado original y que solo puede liberarse de ese pecado con sus ritos y aceptando a su Dios.
 
Samantha, que no practicaba religión alguna replicó:
 
-      Pues tal y como lo dices querido Jared, ese es un puro y duro compartimento sectario.
-      Así es querida Samantha. Dios no está en un solo hijo, rubio, judío, alto y guapo. Sino en cada átomo de la existencia y es accesible a toda conciencia sin ritos, sacramentos o dogmas que frenen la unión con dicha conciencia. Además, Cristo el Mago, ni era, rubio, ni tenía ojos azules ni siquiera era judío, sino romano, y además bajito y feo. Pero esa es otra historia que conoceréis en su momento.
 
Salima impuso su Ley y tuvimos que entrar en la casa para comer. Antes de ingerir ninguno de los apetitosos alimentos de aromas agradables. La familia se recoge en silencio unos segundos. Jared, pronuncia unas palabras en arameo, que Samantha no podía comprender pero que más o menos es una oración de agradecimiento a Dios por la comida recibida. El arameo de Jared tenía pequeños matices arcaicos que ya no se utilizan en el arameo que se estudia en las universidades, pero el sentido general de sus palabras se entendía bien.
Comimos con apetito. Jared apenas tomó una cucharada de arroz y un par de dátiles. Aquel anciano se alimentaba tan solo de aire o de energía divina. Y su delgadez y figura reflejaban una aristocracia casi sagrada.
Salima nos pidió que dejáramos descansar a su padre y que retornáramos a su casa en un par de horas. Tomamos el coche y nos perdimos por los paisajes rurales, donde la aridez y el calor no dan tregua.
Encontramos en el camino, a pocos kilómetros una laguna con frondosos árboles en sus orillas. Al parecer era el lugar donde abrevaban los animales, pero a esa hora todo el mundo estaba durmiendo la siesta. Caminábamos por la orilla en silencio.
 
-      ¿Qué te ha parecido la historia que nos ha contado Jared, Samantha?
-      Pues no conozco la historia por tanto nos puedo establecer un juicio. En todo caso este hombre parece estar convencido. Y transmite un sentimiento de certeza.
-      Desde el punto de vista histórico lo que cuenta no tiene fundamento académico. Se mueve en un marco de personajes reales, pero está contando la historia de un pueblo del que desconocemos casi todo.
Existe un error común al analizar el tiempo antiguo y es que los juicios se establecen con la conciencia y los parámetros de este tiempo. Nadie es capaz de analizar los hechos con la conciencia los pensamientos, los hábitos y las concepciones que los antiguos tenían y lo que hoy nos parece ilógico, arcaico o mágico, en aquel tiempo era habitual.
-      Lo que no termino de entender, Jean, es porque Jared nos ha elegido para ser depositarios de un conocimiento o de un secreto del que no entiendo nada. Incluso a ti te considera un sacerdote y además nos quiere casar en cada encuentro.
-      Bueno Samantha, la verdad sea dicha, que a mí no me importaría casarme contigo. Me pareces una mujer inteligente y sobre todo bellísima.
 
Samantha se dio la vuelta y se puso frente a mi mirándome a los ojos.
 
-      ¿Me lo dices en serio? ¿Pero si no me conoces? Yo creo que el matrimonio es más que una simple atracción física ¿No lo crees tu?
-      ¡Bueno mujer! No te enfades. Era una broma. No lo decía en serio…
 
Samantha guardo silencio con aire de enfado, pero el comentario que hico a continuación me dejo helado.
 
-      La verdad Jean es que no me he enfadado. Al contrario, creo que es un halago. Y siendo sincera y aunque no sea real, casi prefiero que desees casarte conmigo más que te sea indiferente. Pero te diré que no soy una mujer fácil. Tengo mucho carácter, a veces soy caprichosa y seguramente poco apasionada.
-      ¡Pues, no me lo creo! Sencillamente te estás defendiendo. Eres preciosa.
-      Jean, no seas ingenuo, ser bella no es lo mismo que ser buena. Y te diré que las dos cosas a la vez no se encuentran frecuentemente en la especie femenina.
 
Y nos pusimos a reír como niños desenfadados. Pero aquellos comentarios eran necesarios, tanto misticismo, misterio y sacralidad en la que estábamos inmersos, nos alejaba de la jovialidad y de la despreocupación de vivir simplemente dejándonos llevar por instintos más mundanos y banales.
Fue quizás para aliviar el aparente enfado de mi osadía infantil al decirle lo del matrimonio, que Samantha me tomó de la mano caminando hasta retornar al coche. No me miró, simplemente fue un gesto de amistad, pero fue en todo caso, reconfortante.
Jared estaba bajo la parra esperándonos con una sonrisa cariñosa.
 
-      Seguiremos con la vieja historia de mi pueblo.
Aquellos años fueron maravillosos. Nuestros antepasados se juramentaron como Hijos del Sol jurando no adorar o deificar a ningún ser humano nacido de madre, ni adorar a ningún dios creado por el hombre. Pues así lo propuso Atóm y así lo realizó el propio Akenatón descalificando y dejando sin poder a casi los mil dioses y semidioses que había por aquel entonces en Egipto.
Fue el propio Atóm, la máxima expresión de la inteligencia universal, que prohibió que tanto él como los otros mensajeros venidos de las estrellas fueran adorados como dioses, pues por encima de ellos existe la Suprema Inteligencia y Dios es el todo y están en todo. Dios no tiene un solo hijo, sino que todos somos hijos de Dios, hijos del Cosmos. Todos somos más o menos consciente, más viejos o más jóvenes, más o menos dotados, pero todos tenemos dignidad y somos imprescindibles.
Atóm y sus hermanos nos enseñaron en aquellas jornadas de iniciación donde la piedra hablaba en nuestro cerebro y nos mostraba imágenes en nuestros ojos que existe una autoridad moral de quien ha aprendido y ha experimentado, pero no una jerarquía excluyente ni dominante, que exija de los más torpes o de los menos experimentados, sumisión, obediencia o veneración. Nos hizo ver que el poder no estaba en nuestro farón, sino en el grupo, en la asamblea y en el amor de aquellos setenta y dos seres que se juramentaron, reencarnación tras reencarnación con estos principios y no solo en aquellos primeros Hijos del Sol, sino en todos los que viven en la Ley del Uno, los que viven en una misma conciencia por siglos y siglos. Aquellos que son saludados y reconocidos como los “Hijos del Sol”.
 
Sendas lágrimas resbalaban por las mejillas del anciano y su mirada, sus sentidos y sus recuerdos no estaban allí sino a más tres mil años atrás, entre los muros del palacio de Amarna.
Y Samantha volvió a tomar mi mano en forma extraña, hasta que me di cuenta que surcaban mis mejillas sendas lágrimas, que cayeron sobre mi ropa.
No sé lo que había pasado. No era consciente de mi llanto. Quizás fue por empatía con Jared que me puse a llorar sin darme cuenta. Pero curiosamente en la medida que él hablaba yo estaba viendo en mi mente el palacio y las imágenes y sentía las sensaciones de aquellas escenas.
 
-      Los sacerdotes de Amón, no podían tolerar aquella locura. El ejército, por otra parte, estaba descontento con un farón místico que no atendía las demandas de la frontera amenazada por los pueblos enemigos del imperio. Y sin haber cumplido los cuarenta años, Akenatón falleció de una extraña fiebre de la que no pudo recuperarse.
Los médicos del monarca sospecharon enseguida que había sido envenenado, pero no podían probar nada. Con el tiempo se supo que habían sido dos sacerdotes de Amón que habían envenenado la comida del faraón.
La Fraternidad Solar se disolvió pues fueron amenazados y en los años sucesivos todos sus miembros fueron abandonando Egipto por miedo a ser ejecutados. Nefertiti no tardó mucho en seguir a su esposo y un herpes invadió su cerebro dejándonos huérfanos.
Como seguramente conocerás y es de dominio público, querido Jean. Tutankamón, reino poco y tuvo que restaurar el culto a Amón y dejar Amarna, para finalmente ser envenenado como su padre.
Después de un breve espacio de tiempo el general Horemheb subió al poder y con él terminó la aventura de Los Hijos del Sol y la Ley del Uno.
-      ¡Qué pena! – dijo Samantha-
-      No querida hija. Ese no fue el final, sino el comienzo de otra etapa decisiva para la historia. Pero os la contaré mañana. Ahora debo descansar, esta dichosa máquina no tiene combustible y debo cuidarla.
 
Salima se llevó a Jared a su aposento, luego volvió para despedirse de nosotros, pero no nos llevó a la puerta, sino al taller donde trabajaban su esposo y su hijo.
Lo que luego sucedió nos llenó de estupor. Aquella familia pretendía casarnos a toda costa, pues no tenía sentido que nos hiciesen probar unos aros de metal que introdujimos en el dedo anular seleccionado los que se acomodaban a nuestras medidas.
 
-      Os vamos a hacer un regalo -Dijo Salima-
 
Y tomamos el camino de regreso a la casa de nuestra anfitriona.
 
-      ¡Oye Jean! ¿A qué viene esto de los anillos?
-      Han dicho que es para hacernos un regalo. Esta gente son joyeros, me parece lógico.
-      ¿No será que vuelven a lo de casarnos?
 
Y entre risas y comentarios llegamos a nuestro pequeño hostal. Pedimos un poco de fruta para cenar y tomamos un té, mirando como languidecía el día.
Entramos en la habitación con cierto recelo por mi parte, puesto que tenía que compartirla, aunque con camas separadas, con Samantha. Pero fue fácil, aquella mujer era inteligente y con sus ademanes dejó claro que íbamos a dormir y no a otra cosa.
Samantha se fue directamente al baño. Oí el ruido de la ducha y luego el inconfundible sonido de un cepillo de dientes. A la media hora salió con un pijama blanco estampado de florecitas y se acostó sobre la cama.
Realmente era guapa y en pijama aún más.
Después de ducharme salí del baño con un pijama pantalón corto, pero desnudo en el resto del cuerpo. No soporto la ropa para dormir; de hecho, no salí desnudo del todo por respeto a mi compañera de dormitorio.
 
-      Samantha me miró y emitió un silbido jocoso que denotaba admiración.
-      No me provoques, que soy de carne y hueso.
 
Samantha se echó a reír, pero desvió la atención del comentario preguntándome sobre la historia de Egipto y el tiempo de Akenatón y durante dos horas estuve hablándola de los datos históricos de la Egiptología clásica que se estudia en las universidades.
El cansancio y el sueño nos sometió y ambos sucumbimos a Morfeo.
Una mujer bella se acercó a mi cama. Estaba desnuda. Era perfecta y seductora. Se iba a entregar a mí. Se puso con las piernas abiertas sobre mi cuerpo acercando su rosto al mío. Pero de repente sus ojos se convirtieron en ojos sanguinolentos. Su cara se volvió oscura, repleta de gusanos y su cuerpo apergaminado mostraba surcos de sangre y de podredumbre.
Puso sus pezuñas sobre mi cuello y comencé a ahogarme. - Soy Ruha y he venido a matarte -dijo la figura- mientras apretaba mi cuello. Su olor fétido y nauseabundo me aterraba. Grite con todas las fuerzas, a pesar de que no entraba aire en mis pulmones. - ¡auxilio…auxilio! -grite con las pocas fuerzas que me quedaban. Iba a morir a manos de la diosa del mal. Pues Jared me había dicho que era la Entidad maligna que perseguía a los mandeos y que según él había poseído al propio Cristo.
Sabía que me quedaban segundos de vida y volví a gritar con fuerza - ¡auxilio…auxilio! -
Pero en el último instante la figura se disolvió, abrí los ojos viendo sobre mí la bella cara de Samantha. Me di cuenta que estaba temblando aterrorizado.
 
-      ¡Tranquilo Jean…tranquilo! Ha sido una pesadilla ¡Tranquilo!
-      Dios mío Samantha, he visto a Ruha. Quería matarme. Es la entidad del mal que nos anunciara Jared. Quiere matarme….
-      Ha sido una pesadilla…duerme, Jean, duerme….
 
Samantha acariciaba con ternura mi cabello. Poco a poco el temblor fue desapareciendo. Me sentía como cuando era chiquillo en los brazos de mi madre.
Luego Samantha beso con ternura mis ojos que comenzaban a cerrarse. Y antes de dormir sentí sus labios sobre los míos. En pocos segundos había estado con el diablo y luego con un ángel que me acariciaba y me abrazaba.
Comenzaba a amanecer. Tenía calor. Abrí los ojos para encontrarme a pocos centímetros con la cara de Samantha. Estaba dormida. Aquella mujer había pasado toda la noche abrazada a mi protegiéndome de Ruha.
Era bellísima, pero lo que sentí aquella noche era algo más que admiración. Fue entonces cuando desee con todas mis fuerzas cumplir la profecía de Jared. Aquella mujer sería mi esposa. No era tanto una afirmación, sino un sentimiento que jamás había sentido por ninguna mujer. Nunca supe lo que era el amor verdadero. Me guie siempre por un sentimiento de atracción y por empatía intelectual, pero nunca había recibido desde mi alma ese sentimiento que me estaba ahogando de pasión y de ternura a la vez. Estaba abrazada a mi mientras dormía con un sueño plácido. Era la mujer más guapa del mundo, o a mí me lo parecía y me quedé mirándola durante diez minutos sin mover ni un solo de mis músculos. Aquel momento mágico no podía acabarse.
La bese con suavidad en los labios. Ella sintió la caricia y abrió los ojos correspondiéndome con otro beso.
 
-      ¿Se te ha pasado el miedo? ¿Estás bien? Me he quedado dormida en tu cama y seguramente no te he dejado sitio. Lo siento.
-      Nunca he tenido miedo a nada ni a nadie, porque lo veía, lo medía o lo tocaba, pero jamás me había enfrentado a un fantasma. Todo parecía real y de verdad creía que me moría.
-      Bueno, todo ha pasado. Era una pesadilla.
-      Gracias Samantha. Si tu no me despiertas y me consuelas me habría muerto.
-      ¡No digas tonterías!  Ha sido una pesadilla. Te recuerdo que no te puede morir pues estás destinado a ser el último Nasurai.
-      No puedo ser Nasurai si antes no me caso. Por tanto, tendré que pedirte matrimonio.
-      Pues tendré que aceptar, porque sé que eres rico.
-      No te rías de mí. No me respondas así. Nunca he sabido lo que es el amor. He estado con varias mujeres.
-      ¡Varias no…muchas!
-      Ok, lo confieso. Pero nunca había sentido lo que he sentido contigo. Si esto es amor, es un sentimiento maravilloso, pero a la vez me ahoga. Se que puede ser precipitado, pero si me guardo esta confesión te aseguro que me muero. Quizás sea la magia de Jared, quizás tu belleza o tus caricias de esta noche lo que he disparado en mi un sentimiento que nunca experimenté. Sencillamente Samantha te amo. Y no sé cómo expresar lo que siento.
-      Las mujeres tenemos una antena infalible, querido Jean y esa antena se activa cuando detecta un sentimiento puro de amor. Ha sido tu corazón el que me ha rendido, me ha cautivado y me ha enamorado. Yo también te quiero. Tendré que ser tu esposa para que seas el último Nasurai.
-      Me da igual ser Nasurai o no. Simplemente te amo.
 
Lo que luego sucedió, no es de vuestra incumbencia. Tenéis que saber que tardamos dos horas más de la cuenta en la cita programada por Jared.
Cuando llegamos a su casa, el anciano sabio nos miró con picardía diciendo:
 
-      Se os han pegado las sábanas…

lunes, 25 de octubre de 2021

Un Mago Genial Capítulo 1 Jared

 

CAPITULO I

 

Jared

 

 

Hacía tres años que me había empeñado en desentrañar la historia de una de las comunidades históricas más antiguas. Me refiero a “Los Mandeos” también conocidos como “Nazareos” Una comunidad religiosa gnóstica que desgraciadamente está en vías de extinción.

 

En mi calidad de antropólogo había recibido la oferta de National Geografhic de realizar una investigación que sirviera de base para una serie de documentales sobre religiones antiguas. Y los Mandeos, sin ninguna duda, era sino la más vieja, si la que como gnósticos representaban una línea de tradición pura y arcana.

 

Se sabe que vivieron en Palestina en el tiempo de Cristo, pero precisamente al tiempo de su muerte, este pueblo se dispersó por Oriente, sobre todo en Irak, Siria e Irán.

 

Un pueblo con una cierta sombra de fatalismo, puesto que fueron perseguidos por los cristianos y después por los musulmanes.

De un número aproximado de doscientos mil miembros, en el día de hoy, no llegan a veinte mil. Además, están dispersos por diversos lugares del mundo y poco a poco los lazos y vínculos como raza organizada se están perdiendo.

Fui contratado por la National, debido a mi conocimiento de lenguas muertas como el arameo. Y precisamente esta tribu utiliza dicho idioma, aunque con fuertes influencias árabes. En todo caso, sus textos originales estarían escritos en un arameo igual al que se usara en el tiempo del Nazareno.

 

Existen diversas fuentes que sitúan a esta raza en Mesopotamia y en Palestina, pero ellos suelen decir que sus primeros antepasados vinieron del mismo Egipto de los farones.

 

Conseguí el libro sagrado de los Mandeos - "Sidra Rabba" o Ginza ("el tesoro") traducido en 1925 por el estudioso alemán Mark Lidzbarski, pero mi empeño era encontrar las fuentes originales de sus textos.

 

El rito que más les caracteriza es el bautismo por inmersión que viene del tiempo del propio Juan el Bautista y que siguen practicando hoy en día.

 

Curiosamente mi nombre es Jean Baptiste y quizás no sea por casualidad que me embarqué en esta aventura. Y es que el Bautista para ellos es el más importante de sus maestros. Y quizás inspirados en este profeta o maestro los Mandeos practican el ayuno y son absolutamente pacíficos.

 

En los últimos años esta pobre gente ha sido diezmada con humillaciones constantes, violaciones, asesinatos y persecuciones. Como he dicho en un principio se trata de un pueblo en vía de extinción.

 

Tenía prisa por conocerlos. Había seguido su pista en Palestina en Irak y en Siria, incluso visite unas pocas familias refugiadas en New York. Me entrevisté en esta ciudad con un sacerdote que había escapado con su familia de la persecución salvaje de Saddam Hussein y finalmente con unos pocos miembros había fijado su residencia; seguramente definitiva en América. Fue este sacerdote quien me aseguró que, en Irán, en la ciudad de Dezful vivía un hombre santo para su pueblo que, con cerca de noventa años, todavía estaba lúcido y al parecer conservaba con pureza las tradiciones más sagradas de su pueblo. Era el anciano Jared, al que me disponía a visitar para concluir con el informe, pues la National Geographic me apremiaba.

 

Hacía un calor agobiante cuando aterricé en Dezful. Un coche me esperaba. La agencia de viajes había contratado los servicios de guía, hotel y suministros que le había solicitado.

 

En la propia puerta de salida, donde se aglomeraban cientos de personas pude ver la figura destacada de una bella señorita que portaba un cartel amarillo chillón con mi nombre escrito en llamativas letras negras. Me dirigí con paso firme al encuentro con aquella mujer, que, por otra parte, no llevaba velo en su cabeza; por lo que deduje que quizás no era iraní. Preferí utilizar el inglés.

        

- Buenas tardes señorita. Yo soy Jean Baptiste Cardús.

 

Los ojos de aquella mujer eran sencillamente inmensos, además negros como la noche, pero emanaban un magnetismo extraño. Era tan alta como yo; es decir cerca del 1,83 que para una mujer es una talla alta y poco acostumbrada para estos pueblos. Pelo negro que caía largo por sus hombros. Vestía con un modelo europeo y llevaba un bolso también de buen estilo.

 

- Bienvenido. Mi nombre es Samantha Clarck. Y soy su guía mientras esté entre nosotros.

 

La forma de caminar de la señorita me indicaba, que seguramente había sido bailarina, pues sus movimientos precisos y armoniosos llamaban la atención. Por supuesto, no solo miré sus extremidades y su forma de andar. Su busto era proporcionado y sus caderas y demás elementos morfológicos eran sencillamente perfectos.

 

Descendimos dos plantas hasta el sótano. Me invitó a entrar en su coche, un Toyota utilitario de color rojo y con soltura y agilidad, en veinte minutos ya habíamos franqueado el enorme puente del río Dez para adentrarnos en el centro mismo de Dezful.

 

El tráfico a esas horas del día era enorme y Dezful es una ciudad moderna, donde las bellas mezquitas se combinan con edificios modernos y negocios atractivos decorados al estilo occidental.

Samantha conducía con pericia y casi sin darnos cuenta ya estábamos en el hotel Dez.

 

Un botones salió de la puerta principal y tomó mi maleta, introduciéndonos a la recepción. Otro mozo se llevó el coche. Samantha no se apartó ni un momento de mí.

    

- ¡Señorita! Tanto por su aspecto, como por su apellido y la forma de hablar, no parece usted iraní.

- Ciertamente. Muy perspicaz. Tengo nacionalidad inglesa y también iraní, debido a que mi padre, ya fallecido era inglés y mi madre iraní.

            - Siento lo de su padre.

- Es la ley natural. Gracias. Lo llevo en mi corazón y en mi recuerdo. Vivo a medio camino entre Londres y Dezful, pues mi madre vive aquí y no puedo dejarla sola.

- Pues yo estoy en la misma situación soy como Ud., huérfano de padre, pero con una madre que seguramente acabará enterrándome.

 

Una sonrisa graciosa emergió de su bella cara.

      

- La agencia me ha contratado para servirle de guía en su estancia, pero no me han informado de su interés por nuestra cultura. No sé qué quiere visitar y que le interesa saber de nuestro pueblo y cultura.

- Vengo recomendado por unas personas de New York para visitar una pequeña comunidad mandea que vive cerca de esta ciudad.

Samantha abrió los ojos desmesuradamente.

        - ¿Ha dicho Ud, comunidad mandea?

        - Si, efectivamente.

- Pues menuda guía le han asignado, pues no sé quién y donde está dicha comunidad. Tendré que llamar a la agencia para que le asigne otra persona cualificada.

 

Samantha parecía apesadumbrada. Seguramente porque su profesionalidad, por un momento se tambaleaba.

- No señorita. No deseo que me asignen otra persona. Desearía que Ud. me guiara. Tómese el tiempo que desee y estoy seguro que la encontrará, mejor que yo, al fin y al cabo, este no es mi país y desconozco todo de él. Y, por otra parte, sin que lo interprete Ud. como algo intencionado o grosero, su presencia me reconforta agradablemente.

Las mejillas de Samantha se sonrojaron, pues aquel comentario la había desestabilizado agradablemente.

 

- Supongo que esta tarde Ud., descansará. Pero mañana por la mañana, tenga la seguridad de que

sabré donde esta o como llegar a esa comunidad. ¿Es Ud, sacerdote?

 

Jean se echó a reír sorprendido por la pregunta.

 

- ¡Jamás me habían confundido con un sacerdote!

Soy antropólogo y estoy realizando una investigación para la National Geographic. Aunque ciertamente los Mandeos son una comunidad religiosa.

- Discúlpeme. Siento haberle confundido con un sacerdote. Mañana tendré esa información.

- ¿Tiene Ud., un horario establecido o puedo solicitarla que me acompañe hasta la hora de la cena?

- No, estoy a su servicio. Puedo quedarme un rato más. Supongo que querrá Ud., conocer más de este país.

- Se lo agradecería mucho. Y si le parece bien podemos tomar un refresco en la cafetería.

- Por supuesto. Será un placer.

 

Fueron casi tres horas las que pasamos juntos hablando de Irán y de sus costumbres. Samantha tenía una capacidad de análisis especialmente inteligente, puesto que pasaba tanto tiempo en Londres como en Irán y esto le permitía comparar ambas culturas. Para ella los pueblos de cultura musulmana estaban fuertemente condicionados por la visión religiosa y este hecho frenaba mucho la condición femenina y retrasaba el proceso social del pueblo, pero entendía que según se avanzaba en el tiempo un aire de libertar parecía llamar a la puerta de los próximos años y seguramente cuando los dogmas religiosos y los modelos éticos atados al pasado fueran superados estas culturas darían un salto obligado, mejorando las condiciones sociales y políticas.

 

Estaba anocheciendo cuando Samantha se despidió, prometiendo que en la mañana del día siguiente se presentaría con la ruta precisa para llevarme ante la comunidad mandea.

Supe a través de la conversación, que, como yo, no tenía pareja ni tampoco hijos. Al parecer no confiaba mucho en los hombres, después de más de un desengaño.

 

Como me ocurre siempre que me alojo en un hotel, me resulta imposible dormir. Me dieron las tres de la madrugada leyendo los textos Mandeos, que en estas últimas semanas había releído en varias ocasiones. Tenía la sensación de que lo que estaba escrito no era real, sino que era algo forzado, como una cortina de humo que preservaba algo más arcano o misterioso. Sin duda estas gentes se habían visto forzadas a mentir o disfrazar su credo por las presiones de los cristianos y musulmanes. Por otra parte, después de más de dos mil años, los textos habrían sufrido multitud de cambios y modificaciones.

Samantha me encontró en la cafetería tomando el obligado café de la mañana. Serían las siete de la mañana y aquella mujer me obsequió con la mejor de sus sonrisas.

 

- ¡Señor Cardús! He localizado a su gente y se dónde viven.

- Mira Samantha. Me tomo la libertad de tutearla, pero que me llame señor Cardús es una forma de llamarme viejo y escasamente le superaré en cinco o seis años. Llámame Jean, por favor.

 

Samantha se quedó unos segundos parada pues no sabía si era una amonestación o una señal de afecto.

 

- Por supuesto Jean. No era mi intención molestarte. Es una cuestión de cortesía. Gracias, en todo caso.

- ¿Te pido un café?

- Muchas gracias.

- ¿Te ha costado mucho encontrar a los Mandeos?

- Pues ciertamente, sí. Son una minoría que al parecer desea pasar desapercibida y no es fácil dar con ellos, pero llamando a mis contactos, creo que se dónde están. Cuando quieras nos acercamos. Hay que recorrer unos cuantos kilómetros. Es una pequeña comunidad de orfebres que trabajan el oro, el cobre y la plata. Viven en una zona no muy próspera en Gavmishabad.

- Pues, terminamos el café y emprendemos la marcha.

 

Samantha subió su pañuelo al cuello hasta la cabeza cubriéndose discretamente, pues al ser una raza musulmana, el pañuelo sigue siendo un tabú para las mujeres. Tengo la impresión que ella lo hace para no incomodar a nadie, aunque por lo que me contó, no practica ninguna religión, pero no le gusta incomodar a su madre que, de alguna u otra manera, acepta determinadas costumbres de su pueblo.

 

Tardamos dos horas en llegar a Gavmishabad. El paisaje aquí cambió por completo. Estábamos adentrándonos en una zona rural. El ganado irrumpía en alguna zona de la angosta carretera y aunque los niños que se asomaban al coche parecían felices, sus vestidos denotaban, no solo que vivían con las exigencias del medio rural, sino con pobreza.

Preguntamos varias veces por los orfebres o joyeros. Todos los conocían, puesto que todo el mundo les encargaba para las bodas y celebraciones las correspondientes joyas y ornamentos.

 

Finalmente paramos en una pequeña ensenada de tierra. Frente a nosotros se levantaba una casa austera, pero bien construida. Sus paredes blancas emanaban pulcritud. Una pequeña terraza adosada el muro mostraba unas flores preciosas. Parecían rosas de distintos colores. Indudablemente era una casa humilde pero limpia y bien ornamentada.

No había nadie frente a la casa. La puerta consistía en una cortina estampada de colores rojos y amarillos.

 

- ¿Hay alguien en casa?

 

Nadie respondía. Pero escuchamos un sonido rítmico que salía de una ventana con rejas de hierro.

 

Yo pensé que era una incongruencia poner una reja tan sólida en la venta, cuando la puerta consistía en una simple cortina. Fue después de unos días cuanto comprendí que para trabajar y decapar el oro se utiliza

cianuro y estos orfebres tenían lógicamente que cerrar el taller por si alguna persona podía intoxicarse o ingerir alguno de los líquidos abrasivos con los que trabajaban.

 

Miramos por la ventana. Un hombre mayor y otro más joven se empeñaban en golpear con un pequeño martillo láminas, que parecían de plata. Al parecer no nos habían oído. Cuando repararon en nuestra presencia, el más joven nos preguntó:

 

- ¿Qué desean?

- Estamos buscando al señor Jared.

 

El joven nos observó unos segundos. Seguramente se sorprendió por mi aspecto europeo.

 

- Es mi abuelo ¿Para qué quieren verle?

- Vengo con la referencia de la familia Ashad de Nueva York.

- Si, los conocemos. Pasen Uds., a la casa. En un momento les atenderá mi abuelo. Seguramente estará dando de comer a sus pájaros en el patio detrás de la casa.

 

Entramos en la casa. El suelo era de baldosa cerámica, con pequeñas figuras geométricas. Había escasamente un par de sillas y unas cuantas plantas naturales jalonando la pared que desembocaba en un pasillo.

 

A pesar del tremendo calor que a esta hora de la mañana comenzaba a invadir el ambiente, la casa permanecía con una temperatura agradable. Estas gentes han conseguido con sus hábitos ancestrales retener la sombra seca dentro

de sus recintos, donde, por otra parte, no se colaba ni una sola mosca. Además, el olor a azahar era balsámico y acogedor.

 

No había cuadro alguno en las paredes que eran de blanco puro.

Pasaron todavía cinco o seis minutos hasta que le vimos acercarse con paso parsimonioso y cansino. Se apoyaba en un bastón grueso que golpeaba rítmicamente en el suelo con un sonido opaco. Ligeramente encorvado. Delgado y de pequeña estatura, cubría su cabeza con un turbante blanco, que hacía juego con su barba del mismo color. Su piel morena estaba arrugada por el paso de los años, pero era limpia y sin manchas.

 

Sus ojos eran oscuros, pero trascendentes. Emanaban una paz y sin lugar a dudas, sabiduría.

Miró a Samantha con una sonrisa de aceptación y luego fijó sus ojos en mi por varios segundos, sin decir ninguna palabra.

Yo comenzaba a incomodarme. Su mirada inquisidora y su silencio quizás eran intencionados. También pensé que quizás aquel anciano tenía algún síndrome en la atención debido a la edad.

 

- Sed bienvenidos a nuestra casa. Les estaba esperando.

 

Su voz era melodiosa y aterciopelada. Pero ¿Cómo es posible que nos estuviera esperando, si no nos conocía de nada? No me gustan los misterios, pero su porte aristocrático y su voz no denotaban sino certeza y rotundidad.

 

- ¿Por qué nos dice que nos estaba esperando?

 

Jared levantó la mano en un ademán de obviedad a la vez que giraba con lentitud invitándonos a seguirlo.

- Tu nombre es Jean Baptiste. Pero no conozco el nombre de su esposa.

- No es mi esposa. Es mi guía turística. Seguramente sus parientes de New York le han avisado de mi llegada y le han dicho mi nombre.

 

El anciano se giró mirándome con una enigmática sonrisa sin decir nada. Luego dirigió la mirada a Samantha y volvió a sonreír sin pronunciar una sola palabra.

Caminamos unos pocos pasos y entramos en una pequeña sala con una mesa baja y varios cojines de terciopelo a su alrededor.

Una mujer mayor entró con suavidad en la sala llevando en sus manos una bandeja con sendas tazas blancas.

 

- Esta es mi hija Salima. ¡Les ruego tomen asiento y acepten nuestro té!

 

La mujer salió y volvió a entrar con otra bandeja conteniendo pastas de diversos tamaños y colores.

 

- Espero que les gusten nuestras galletas. Les dejo con nuestro padre. Si desean algo solo tienen que llamarme. Estoy preparando la comida a la que están invitados. Sería para nosotros un placer que compartieran nuestra mesa.

 

Samantha y yo nos miramos con una mirada interrogante. No sabía lo que estaba pasando, pero un aire de intriga y misterio parecía que daba un sentido mágico a nuestra presencia en aquella casa.

 

- Muchas gracias señora. Será un placer para nosotros aceptar su invitación ¡Lástima, que no hemos reparado en traer algún obsequio!

- No es necesario. Basta con su presencia -Dijo Salima-

 

Samantha más atenta que yo tomó la pequeña jarra y vertió el té en cada una de las tres tazas. Luego tomó una de ellas y se la ofertó al anciano.

 

- Gracias hija ¿Me habéis dicho que no estáis casados?

- No. Nos conocimos ayer en el aeropuerto.

- ¡Claro, claro…!

- Seguramente le han informado sus parientes americanos de nuestra llegada -dije yo-

- No, no nos han avisado.

- ¡Entonces! ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Y por qué nos ha dicho que estaba esperándonos?

- Ten paciencia Jean. Pronto comprenderás.

 

Estaba desconcertado. Pero Jared emanaba algo que no podría explicar con palabras humanas. Aquel hombre transmitía en el lenguaje emocional un verdadero discurso de paz y sabiduría. Tenía la sensación que estábamos ante

un sabio no de conocimiento convencional, sino de transcendencia y conocimiento superior.

 

- Nuestra tribu y nuestro conocimiento está acabando. En pocos años. Nuestro pueblo será una oscura referencia en los libros de historia. Somos una raza antigua. Hemos sido perseguidos y diezmados desde hace dos mil años. Yo soy el último de los servidores del conocimiento. Voy a cumplir en breve noventa años. Pero antes de partir debo entregarle a Ud., Jean, un testimonio de verdad.

 

Será justo después cuando partiré a las mansiones celestes, a reunirme con mis hermanos y mis antepasados. Será en ese preciso instante cuando Ruha, el Maligno, moverá todas sus huestes contra vosotros. Nosotros querido Jean, somos los testigos incómodos aún vivos del mayor fraude de la historia de la humanidad. Es por esto que Ruha ha entrado en el corazón de muchos reyes y muchos gobernantes inclinándoles al odio contra nuestro pueblo, desde hace dos mil años.

 

Tanto Samantha como yo, debíamos estar con cara de estúpidos ¿Dónde nos habíamos metido? ¿Qué clase de locura estábamos viviendo?

 

- Mire. Sr. Jared. Yo he venido a realizar un reportaje sobre su pueblo, contratado a su vez por la National Geographic. No sé quién es el Maligno y no sé cómo puede Ud, saber mi nombre y mi llegada.

 

Jared me miró a la vez que tomaba un sorbo de su taza de té.

 

- No, querido hijo. Tú has sido guiado por los Señores de la Luz, nuestros hermanos celestes. Tu eres un Nasurai, desde el momento que naciste hace cuarenta y dos años.

- ¡Que locura es esta! Los Nasurais, según he leído son sus sacerdotes y le aseguro que yo no soy sacerdote. No sé qué manía tienen Uds., en llamarme sacerdote. Soy antropólogo, no sacerdote.

Samantha emitió una pequeña carcajada…

- Ya te dije Jean que eras sacerdote.

- ¡Que manía!

- Tiene razón su esposa. No puedes ser sacerdote pues dice no estar casado. Y un Nasurai debe estar casado para realizar su ministerio.

- ¡Pero qué demonios…! Ya le he dicho que no es mi esposa.

- ¡claro…claro!

 

Comenzaba a enfadarme. Aquello era un galimatías elaborado por un anciano al que le faltaba el riego…

 

- Tu eres un hermano nuestro. Los Señores de la Luz marcaron tu cuello con el símbolo del olivo en el vientre de tu madre.

 

Un frio estremecedor recorrió todo mi cuerpo. Me faltaba el aire. No podía articular palabra.

Jared dirigió la mirada a Samantha y con un gesto de su mano señaló mi cuello. Mi guía se levantó se puso detrás de mí y giró el volante de mi camisa hacia atrás.

Un quedo suspiro salió de los labios de Samantha. Ella estaba viendo la marca de un angioma de nacimiento en mi cuello que, efectivamente, tiene forma de árbol.

No pude articular palabra alguna. Estaba sencillamente alucinado ¿Cómo sabía Jared que yo nací con esa marca en mi cuello?

 

- Mira Jean. Desde el mismo instante que bajaste del avión, comenzó para ti tu verdadera tarea en la vida. Comprenderás ahora porque estudiaste nuestra lengua sagrada; el arameo. Tu padre tenía razón. Tu nunca serás empresario sino un ser al servicio de la Luz.

- ¿Qué demonios sabe Ud. de mi padre y de mi vida?

- Comprendo que estés sorprendido. Ten paciencia yo te contaré cuanto se y cuanto debes conocer. Tenemos solo treinta y tres días para completar tu ministerio. Después yo debo partir y tu realizarás lo que el “cielo” ha programado en tu espíritu.

- ¿Quiere decirme que Ud., morirá en un mes?

- No Jean, nadie puede morir, ni aun deseándolo con todas sus fuerzas. Simplemente vuelvo a casa.

Sería conveniente que te alojaras en este pueblo. El viaje es fatigoso y tenemos por delante muchas jornadas de debate.

- No hay inconveniente por mi parte. No sé si Samantha querrá quedarse conmigo.

- Pues creo que ya no seré de utilidad. Me contrataron para ser tu guía en Irán, pero poco o nada se de los Mandeos y por lo que veo nada puedo hacer yo durante un mes.

 

El anciano, dirigió la mirada hacia Samantha con ternura.

 

- Tu debes quedarte junto a él. Tu destino está unido al suyo.

Aquel hombre tenía un extraño poder en la palabra. Un poder persuasivo, tierno y acogedor.

- Si Jean lo desea estaré el tiempo que sea necesario. Mi contrato cubre toda su estancia. Debo informar a la agencia de estos cambios. No sé lo que me dirán.

- Mira Samantha, mejor te despides de tu trabajo. Te contrato yo. No hay problema con tu salario. Ponlo tu como desees. Te extenderé un cheque, pero te ruego no me dejes solo en esta locura.

 

La risa de Jared nos sorprendió. Al parecer el anciano tenía también sentido del humor.

 

- Me parece que el contrato con Samantha va a durar bastante más que un mes.

- ¿No estará Ud, insistiendo en casarnos?

- ¡No por Dios! Pero un Nasurai debe estar casado si quiere realizar su ministerio.

- Yo no creo en el matrimonio. Y vuelvo a decirle que no soy sacerdote… ¡Que obsesión!

- ¡Claro! ¡Claro!

 

Fue a partir de ese momento cuando comprendí que aquel anciano combinaba sabiduría con un extraño sentido del humor. Entendí también, que sus gracias o comentarios jocosos iban dirigidos a esconder determinadas cuestiones que quería comunicar.

Jared volvió a la carga.

 

- Ayer te convertiste en mago.

- ¡Que! …Ud., está loco de verdad. Si fue ayer cuando llegué. ¿Qué quiere decirme?

- Pasaste una mala noche, pero ¿Recuerdas el sueño que tuviste?

 

Otra vez la sangre se me heló en las venas. Vinieron a mí en ese instante las imágenes de una pesadilla extraña. Las escenas quedaron vivamente grabadas y ahora afloraban de nuevo a mi lado consciente. Recuerdo estar con una mujer en una habitación. Aunque no vi su cara, entendía que era Samantha. Quizás impresionado por su belleza, la reproduce de nuevo inconscientemente. Luego vi que una bañera se llenaba de agua cubriendo todo el suelo de la estancia. Casi al instante me vi moviendo con el pensamiento unas virutas de madera que estaban en el suelo. Las levanté en el aire sin tocarlas, solo con un además de mi mano derecha y con la fuerza del pensamiento. Y curiosamente en el propio sueño, me preguntaba cómo había adquirido aquellos poderes de mago. La verdad es que no entendí el sueño y por otra parte estaba desvelado. Pero… ¿Cómo sabía aquel anciano lo que había soñado?

Se hizo un silencio en la habitación, hasta que Samantha tomó la palabra.

 

- Pues tendrás que contarnos lo que soñaste. Si no la curiosidad me va a matar.

 

Yo le conté el sueño, mientras el anciano apuraba el último sorbo del té. Lógicamente no le dije a Samantha que ella aparecía en la experiencia onírica.

Pero Jared volvió al ataque.

 

- Lo que no te ha contado Samantha es que tu estabas en el sueño.

- ¡Serás cotilla! ¿Es que no puede guardar silencio?

 

Y Jared emitió una ligera carcajada. Sin duda estaba gozando con mi perplejidad y desconcierto.

Samantha me miró interrogándome con los ojos. Pero yo preferí guardar silencio.

Al poco rato volvió Salima y detrás de ella su esposo, Jeremías. Un hombre ya mayor, con pelo blanco, quizás cercano a los setenta años. Luego el hijo de ambos. El orfebre que nos había recibido y como rayos ruidosos y divertidos dos niños preciosos que rondarían los diez o doce años; es decir los bisnietos de Jared. Y finalmente la madre de los pequeños, una bella mujer morena, de pocas palabras, pero de ademanes armoniosos.

 

Nos levantamos y nos dirigimos a la estancia principal de la casa, donde estaba la cocina y los armarios con casi todos los muebles y bienes que aquella familia poseía. Eran humildes pero felices, ceremoniosos y cariñosos.

 

Nos sentamos en sendos cojines alrededor de una mesa baja redonda. El olor del arroz recién horneado con especias nos abrió el apetito. Platos de distintas verduras. Dátiles, pan, varias salsas de diversos colores y agua fresca.

 

Jared solo comió un pequeño plato de verduras. Aquel anciano delgado y consumido, no necesitaba más. Se alimentaba con la satisfacción que irradiaba su familia y nosotros degustando aquella comida; que quizás para la mayoría era simple o incluso vulgar, pero tenía un ingrediente que solo unos pocos pueden degustar. Aquella comida tenía simplemente amor, amor de Salima, la matriarca de la familia que se prodigaba feliz entre los suyos.

Jared guardaba silencio, era el turno de sus hijos. La conversación giró en torno al trabajo de los varones y las directrices del hogar a cargo de Salima.

 

- Me ha dicho nuestro padre que debo buscarles alojamiento en nuestro pueblo. Creo que no tenemos los lujos de la ciudad, pero la viuda Fátima tiene espacio en su casa. Aunque no es de nuestra tribu, es una mujer limpia y honesta. Su casa es humilde, pero tiene todo lo que necesitan. Nuestro padre quiere que compartan con nosotros la comida y cuanto necesiten.

 

Samantha irrumpió en con su palabra.

 

- Así lo haremos, siempre que acepten nuestra contribución a los gastos y a sus necesidades.

- No es necesario -Dijo Salima-

- Se lo ruego por favor. No lo tomen como una compensación, sino como un obsequio.

Salima miró de soslayo a Jared. Bastó una simple mirada. Aquel anciano hablaba con los ojos con más elocuencia que la voz.

- ¡Lo comprendo! Gracias -Dijo Salima-

Jared hizo ademanes para levantarse. Su rostro estaba macilento y respiraba con dificultad. Sin duda estaba al límite de sus fuerzas.

Salima le recostó con suavidad poniendo un cojín en su espalda. El anciano cerró los ojos mientras su rostro entraba en un estado letárgico.

- Queridos amigos -Dijo Salima- nuestro padre está al límite. Su presencia le ha emocionado. Él nos advirtió desde hace meses que Uds., llegarían y esa emoción le ha fatigado. Creo que será mejor que vuelvan mañana a primera hora. Ahora debe reposar.

- Quizás necesite un médico -dije preocupado-

- No, nuestro padre está al límite. Su corazón no tiene fuerza, pero de ninguna manera el consentiría la presencia de un médico. Mañana estará bien.

 

No insistimos. Nos levantamos de la mesa. El silencio de aquella familia evidenciaba una veneración profunda por aquel anciano. Era un hombre sabio, un ser que sabía todo de mí y que se adentraba con soltura en el pasado y en el futuro.

 

Fue quizás una ráfaga fugaz de una emoción que percibí en forma intuitiva, pero por un momento supe que en aquella habitación no solo estábamos nosotros, sino algo o alguien más. Puede ser una locura, pero eso es lo que sentí.

Salimos en silencio. Nos despedimos con abrazos y besos de todos ellos y enfilamos la sinuosa carretera hacia Dezful.

 

Samantha conducía en silencio. Yo tampoco quería hablar. Tenía que procesar lo que habíamos vivido. Estaba absolutamente desbordado. Toda mi vida he utilizado la lógica y el razonamiento cartesiano. Pero me llevaba la palabra, la cara y la emoción de aquel anciano, metida en lo más profundo de mi alma. ¿Qué estaba pasando? Y por primera vez en mi vida sentí miedo y vértigo emocional.

 

Fue Samantha la que finalmente rompió el silencio.

 

- ¿Que sientes Jean? Hace dos días que te conozco y sencillamente yo no estaba preparada para esto. Y no me estoy refiriendo a lo que este hombre nos ha transmitido, sino a lo que se ha disparado dentro de mí. No sé cómo explícalo. Algo se ha movido dentro y no sé lo que es.

- Pues no pretendas que yo te lo resuelva porque sencillamente estoy abrumado. Yo venía a hacer un reportaje y este hombre me ha destrozado.

Durante estos años me he enfrentado a todo tipo de riesgos, incluso he tenido experiencias traumáticas en el frente de combate. Nunca he tenido miedo. Pero ahora mismo, me pasa lo mismo que a ti. Algo me ha golpeado por dentro y estoy en una especie de limbo sin poder razonar y discernir.

¿Cómo sabía lo del angioma de mi cuello? ¿Cómo pudo saber lo que ayer soñé? No puedo entenderlo. Quizás sea un fenómeno telepático o algo por el estilo. Pero este hombre con un pie en el otro lado, no me parece a mí que tenga dobles intensiones o que simplemente quiera impresionarnos. Aquí hay algo más.

- No sé si te has dado cuenta Jean que este hombre emana autoridad. Es algo así como un buen padre al que hay que obedecer. Y es una autoridad no impositiva, sino armoniosa.

- Si, efectivamente yo no lo podría haber dicho mejor. Es como un hombre sabio, pero no de una ciencia pragmática, sino emocional. Él llega antes al corazón que a la razón. ¡Demonios Samantha! es que … ¡Le quiero! Es un sentimiento de atracción extraño, pero a la vez reconfortante.

- Si estoy de acuerdo. Es un ser al que hay que amar necesariamente.

No se dieron cuenta que ya estaban en el hotel. El viaje había transcurrido sin que repararan en el tiempo y en el paisaje.

- Quédate un poco más conmigo.

- Por supuesto. Pero no mucho. Debo avisar a mi madre y hacer la maleta con lo mínimo para el traslado.

- Recuerda, querida, que eres mi esposa…

Samantha se echó a reír en forma divertida.

- Jared ha acertado en todo, pero en lo de ser tu esposa ha metido la pata.

Jean le respondió con una sonrisa maliciosa, diciendo:

- ¡Quién sabe! Recuerda que para ser Nasurai o sacerdote, debo casarme y que yo sepa ha sido él quien nos ha casado.

- No seas zalamero y no me enredes, que sé por dónde vas.

- No te molestes. Era una broma. En todo caso, debo decirte que eres una mujer bella e inteligente. Cualquier hombre se sentiría halagado con tu cariño.

- Bueno. Vamos a pasar página, que estamos entrando en un campo peligroso. Y por devolverte el halago, te diré que eres un hombre muy interesante.

 

Samantha se ruborizó. Ambos venían de abrir su corazón a una experiencia nueva y transcendente y en ese clima hablaba más su corazón que la cabeza.

 

- Samantha, no sé qué debo hacer para compensar a Salima y sus atenciones. Cuánto dinero quieres que le entregue. Había pensado en cinco mil euros.

- Ese dinero en Irán es una fortuna. Temo que si se lo entregas se sienta ofendida.

- Pero ese dinero en Francia es muy poco y le vamos a generar gastos. Son una familia humilde y ese dinero les puede ayudar mucho. De hecho, pienso que hay que darle más.

- Déjalo a mi cuidado. Yo hablaré con Salima. Entre mujeres nos entendemos mejor para estas cosas.

- Quiero también decirte algo, sin que te ofendas, querida. Creo que debo compensarte económicamente por la dedicación que me has ofertado. El dinero no es problema para mí y me gustaría compensarte.

- No digas tonterías Jean. No necesito tu dinero. Y voy a esta experiencia por mí misma. Me mata la curiosidad y quiero de verdad escuchar a Jared.

 

Se despidieron con un abrazo y un beso de cortesía. Les esperaba una aventura que cambiaría sus vidas de una manera absoluta.