lunes, 25 de octubre de 2021

Un Mago Genial Capítulo 1 Jared

 

CAPITULO I

 

Jared

 

 

Hacía tres años que me había empeñado en desentrañar la historia de una de las comunidades históricas más antiguas. Me refiero a “Los Mandeos” también conocidos como “Nazareos” Una comunidad religiosa gnóstica que desgraciadamente está en vías de extinción.

 

En mi calidad de antropólogo había recibido la oferta de National Geografhic de realizar una investigación que sirviera de base para una serie de documentales sobre religiones antiguas. Y los Mandeos, sin ninguna duda, era sino la más vieja, si la que como gnósticos representaban una línea de tradición pura y arcana.

 

Se sabe que vivieron en Palestina en el tiempo de Cristo, pero precisamente al tiempo de su muerte, este pueblo se dispersó por Oriente, sobre todo en Irak, Siria e Irán.

 

Un pueblo con una cierta sombra de fatalismo, puesto que fueron perseguidos por los cristianos y después por los musulmanes.

De un número aproximado de doscientos mil miembros, en el día de hoy, no llegan a veinte mil. Además, están dispersos por diversos lugares del mundo y poco a poco los lazos y vínculos como raza organizada se están perdiendo.

Fui contratado por la National, debido a mi conocimiento de lenguas muertas como el arameo. Y precisamente esta tribu utiliza dicho idioma, aunque con fuertes influencias árabes. En todo caso, sus textos originales estarían escritos en un arameo igual al que se usara en el tiempo del Nazareno.

 

Existen diversas fuentes que sitúan a esta raza en Mesopotamia y en Palestina, pero ellos suelen decir que sus primeros antepasados vinieron del mismo Egipto de los farones.

 

Conseguí el libro sagrado de los Mandeos - "Sidra Rabba" o Ginza ("el tesoro") traducido en 1925 por el estudioso alemán Mark Lidzbarski, pero mi empeño era encontrar las fuentes originales de sus textos.

 

El rito que más les caracteriza es el bautismo por inmersión que viene del tiempo del propio Juan el Bautista y que siguen practicando hoy en día.

 

Curiosamente mi nombre es Jean Baptiste y quizás no sea por casualidad que me embarqué en esta aventura. Y es que el Bautista para ellos es el más importante de sus maestros. Y quizás inspirados en este profeta o maestro los Mandeos practican el ayuno y son absolutamente pacíficos.

 

En los últimos años esta pobre gente ha sido diezmada con humillaciones constantes, violaciones, asesinatos y persecuciones. Como he dicho en un principio se trata de un pueblo en vía de extinción.

 

Tenía prisa por conocerlos. Había seguido su pista en Palestina en Irak y en Siria, incluso visite unas pocas familias refugiadas en New York. Me entrevisté en esta ciudad con un sacerdote que había escapado con su familia de la persecución salvaje de Saddam Hussein y finalmente con unos pocos miembros había fijado su residencia; seguramente definitiva en América. Fue este sacerdote quien me aseguró que, en Irán, en la ciudad de Dezful vivía un hombre santo para su pueblo que, con cerca de noventa años, todavía estaba lúcido y al parecer conservaba con pureza las tradiciones más sagradas de su pueblo. Era el anciano Jared, al que me disponía a visitar para concluir con el informe, pues la National Geographic me apremiaba.

 

Hacía un calor agobiante cuando aterricé en Dezful. Un coche me esperaba. La agencia de viajes había contratado los servicios de guía, hotel y suministros que le había solicitado.

 

En la propia puerta de salida, donde se aglomeraban cientos de personas pude ver la figura destacada de una bella señorita que portaba un cartel amarillo chillón con mi nombre escrito en llamativas letras negras. Me dirigí con paso firme al encuentro con aquella mujer, que, por otra parte, no llevaba velo en su cabeza; por lo que deduje que quizás no era iraní. Preferí utilizar el inglés.

        

- Buenas tardes señorita. Yo soy Jean Baptiste Cardús.

 

Los ojos de aquella mujer eran sencillamente inmensos, además negros como la noche, pero emanaban un magnetismo extraño. Era tan alta como yo; es decir cerca del 1,83 que para una mujer es una talla alta y poco acostumbrada para estos pueblos. Pelo negro que caía largo por sus hombros. Vestía con un modelo europeo y llevaba un bolso también de buen estilo.

 

- Bienvenido. Mi nombre es Samantha Clarck. Y soy su guía mientras esté entre nosotros.

 

La forma de caminar de la señorita me indicaba, que seguramente había sido bailarina, pues sus movimientos precisos y armoniosos llamaban la atención. Por supuesto, no solo miré sus extremidades y su forma de andar. Su busto era proporcionado y sus caderas y demás elementos morfológicos eran sencillamente perfectos.

 

Descendimos dos plantas hasta el sótano. Me invitó a entrar en su coche, un Toyota utilitario de color rojo y con soltura y agilidad, en veinte minutos ya habíamos franqueado el enorme puente del río Dez para adentrarnos en el centro mismo de Dezful.

 

El tráfico a esas horas del día era enorme y Dezful es una ciudad moderna, donde las bellas mezquitas se combinan con edificios modernos y negocios atractivos decorados al estilo occidental.

Samantha conducía con pericia y casi sin darnos cuenta ya estábamos en el hotel Dez.

 

Un botones salió de la puerta principal y tomó mi maleta, introduciéndonos a la recepción. Otro mozo se llevó el coche. Samantha no se apartó ni un momento de mí.

    

- ¡Señorita! Tanto por su aspecto, como por su apellido y la forma de hablar, no parece usted iraní.

- Ciertamente. Muy perspicaz. Tengo nacionalidad inglesa y también iraní, debido a que mi padre, ya fallecido era inglés y mi madre iraní.

            - Siento lo de su padre.

- Es la ley natural. Gracias. Lo llevo en mi corazón y en mi recuerdo. Vivo a medio camino entre Londres y Dezful, pues mi madre vive aquí y no puedo dejarla sola.

- Pues yo estoy en la misma situación soy como Ud., huérfano de padre, pero con una madre que seguramente acabará enterrándome.

 

Una sonrisa graciosa emergió de su bella cara.

      

- La agencia me ha contratado para servirle de guía en su estancia, pero no me han informado de su interés por nuestra cultura. No sé qué quiere visitar y que le interesa saber de nuestro pueblo y cultura.

- Vengo recomendado por unas personas de New York para visitar una pequeña comunidad mandea que vive cerca de esta ciudad.

Samantha abrió los ojos desmesuradamente.

        - ¿Ha dicho Ud, comunidad mandea?

        - Si, efectivamente.

- Pues menuda guía le han asignado, pues no sé quién y donde está dicha comunidad. Tendré que llamar a la agencia para que le asigne otra persona cualificada.

 

Samantha parecía apesadumbrada. Seguramente porque su profesionalidad, por un momento se tambaleaba.

- No señorita. No deseo que me asignen otra persona. Desearía que Ud. me guiara. Tómese el tiempo que desee y estoy seguro que la encontrará, mejor que yo, al fin y al cabo, este no es mi país y desconozco todo de él. Y, por otra parte, sin que lo interprete Ud. como algo intencionado o grosero, su presencia me reconforta agradablemente.

Las mejillas de Samantha se sonrojaron, pues aquel comentario la había desestabilizado agradablemente.

 

- Supongo que esta tarde Ud., descansará. Pero mañana por la mañana, tenga la seguridad de que

sabré donde esta o como llegar a esa comunidad. ¿Es Ud, sacerdote?

 

Jean se echó a reír sorprendido por la pregunta.

 

- ¡Jamás me habían confundido con un sacerdote!

Soy antropólogo y estoy realizando una investigación para la National Geographic. Aunque ciertamente los Mandeos son una comunidad religiosa.

- Discúlpeme. Siento haberle confundido con un sacerdote. Mañana tendré esa información.

- ¿Tiene Ud., un horario establecido o puedo solicitarla que me acompañe hasta la hora de la cena?

- No, estoy a su servicio. Puedo quedarme un rato más. Supongo que querrá Ud., conocer más de este país.

- Se lo agradecería mucho. Y si le parece bien podemos tomar un refresco en la cafetería.

- Por supuesto. Será un placer.

 

Fueron casi tres horas las que pasamos juntos hablando de Irán y de sus costumbres. Samantha tenía una capacidad de análisis especialmente inteligente, puesto que pasaba tanto tiempo en Londres como en Irán y esto le permitía comparar ambas culturas. Para ella los pueblos de cultura musulmana estaban fuertemente condicionados por la visión religiosa y este hecho frenaba mucho la condición femenina y retrasaba el proceso social del pueblo, pero entendía que según se avanzaba en el tiempo un aire de libertar parecía llamar a la puerta de los próximos años y seguramente cuando los dogmas religiosos y los modelos éticos atados al pasado fueran superados estas culturas darían un salto obligado, mejorando las condiciones sociales y políticas.

 

Estaba anocheciendo cuando Samantha se despidió, prometiendo que en la mañana del día siguiente se presentaría con la ruta precisa para llevarme ante la comunidad mandea.

Supe a través de la conversación, que, como yo, no tenía pareja ni tampoco hijos. Al parecer no confiaba mucho en los hombres, después de más de un desengaño.

 

Como me ocurre siempre que me alojo en un hotel, me resulta imposible dormir. Me dieron las tres de la madrugada leyendo los textos Mandeos, que en estas últimas semanas había releído en varias ocasiones. Tenía la sensación de que lo que estaba escrito no era real, sino que era algo forzado, como una cortina de humo que preservaba algo más arcano o misterioso. Sin duda estas gentes se habían visto forzadas a mentir o disfrazar su credo por las presiones de los cristianos y musulmanes. Por otra parte, después de más de dos mil años, los textos habrían sufrido multitud de cambios y modificaciones.

Samantha me encontró en la cafetería tomando el obligado café de la mañana. Serían las siete de la mañana y aquella mujer me obsequió con la mejor de sus sonrisas.

 

- ¡Señor Cardús! He localizado a su gente y se dónde viven.

- Mira Samantha. Me tomo la libertad de tutearla, pero que me llame señor Cardús es una forma de llamarme viejo y escasamente le superaré en cinco o seis años. Llámame Jean, por favor.

 

Samantha se quedó unos segundos parada pues no sabía si era una amonestación o una señal de afecto.

 

- Por supuesto Jean. No era mi intención molestarte. Es una cuestión de cortesía. Gracias, en todo caso.

- ¿Te pido un café?

- Muchas gracias.

- ¿Te ha costado mucho encontrar a los Mandeos?

- Pues ciertamente, sí. Son una minoría que al parecer desea pasar desapercibida y no es fácil dar con ellos, pero llamando a mis contactos, creo que se dónde están. Cuando quieras nos acercamos. Hay que recorrer unos cuantos kilómetros. Es una pequeña comunidad de orfebres que trabajan el oro, el cobre y la plata. Viven en una zona no muy próspera en Gavmishabad.

- Pues, terminamos el café y emprendemos la marcha.

 

Samantha subió su pañuelo al cuello hasta la cabeza cubriéndose discretamente, pues al ser una raza musulmana, el pañuelo sigue siendo un tabú para las mujeres. Tengo la impresión que ella lo hace para no incomodar a nadie, aunque por lo que me contó, no practica ninguna religión, pero no le gusta incomodar a su madre que, de alguna u otra manera, acepta determinadas costumbres de su pueblo.

 

Tardamos dos horas en llegar a Gavmishabad. El paisaje aquí cambió por completo. Estábamos adentrándonos en una zona rural. El ganado irrumpía en alguna zona de la angosta carretera y aunque los niños que se asomaban al coche parecían felices, sus vestidos denotaban, no solo que vivían con las exigencias del medio rural, sino con pobreza.

Preguntamos varias veces por los orfebres o joyeros. Todos los conocían, puesto que todo el mundo les encargaba para las bodas y celebraciones las correspondientes joyas y ornamentos.

 

Finalmente paramos en una pequeña ensenada de tierra. Frente a nosotros se levantaba una casa austera, pero bien construida. Sus paredes blancas emanaban pulcritud. Una pequeña terraza adosada el muro mostraba unas flores preciosas. Parecían rosas de distintos colores. Indudablemente era una casa humilde pero limpia y bien ornamentada.

No había nadie frente a la casa. La puerta consistía en una cortina estampada de colores rojos y amarillos.

 

- ¿Hay alguien en casa?

 

Nadie respondía. Pero escuchamos un sonido rítmico que salía de una ventana con rejas de hierro.

 

Yo pensé que era una incongruencia poner una reja tan sólida en la venta, cuando la puerta consistía en una simple cortina. Fue después de unos días cuanto comprendí que para trabajar y decapar el oro se utiliza

cianuro y estos orfebres tenían lógicamente que cerrar el taller por si alguna persona podía intoxicarse o ingerir alguno de los líquidos abrasivos con los que trabajaban.

 

Miramos por la ventana. Un hombre mayor y otro más joven se empeñaban en golpear con un pequeño martillo láminas, que parecían de plata. Al parecer no nos habían oído. Cuando repararon en nuestra presencia, el más joven nos preguntó:

 

- ¿Qué desean?

- Estamos buscando al señor Jared.

 

El joven nos observó unos segundos. Seguramente se sorprendió por mi aspecto europeo.

 

- Es mi abuelo ¿Para qué quieren verle?

- Vengo con la referencia de la familia Ashad de Nueva York.

- Si, los conocemos. Pasen Uds., a la casa. En un momento les atenderá mi abuelo. Seguramente estará dando de comer a sus pájaros en el patio detrás de la casa.

 

Entramos en la casa. El suelo era de baldosa cerámica, con pequeñas figuras geométricas. Había escasamente un par de sillas y unas cuantas plantas naturales jalonando la pared que desembocaba en un pasillo.

 

A pesar del tremendo calor que a esta hora de la mañana comenzaba a invadir el ambiente, la casa permanecía con una temperatura agradable. Estas gentes han conseguido con sus hábitos ancestrales retener la sombra seca dentro

de sus recintos, donde, por otra parte, no se colaba ni una sola mosca. Además, el olor a azahar era balsámico y acogedor.

 

No había cuadro alguno en las paredes que eran de blanco puro.

Pasaron todavía cinco o seis minutos hasta que le vimos acercarse con paso parsimonioso y cansino. Se apoyaba en un bastón grueso que golpeaba rítmicamente en el suelo con un sonido opaco. Ligeramente encorvado. Delgado y de pequeña estatura, cubría su cabeza con un turbante blanco, que hacía juego con su barba del mismo color. Su piel morena estaba arrugada por el paso de los años, pero era limpia y sin manchas.

 

Sus ojos eran oscuros, pero trascendentes. Emanaban una paz y sin lugar a dudas, sabiduría.

Miró a Samantha con una sonrisa de aceptación y luego fijó sus ojos en mi por varios segundos, sin decir ninguna palabra.

Yo comenzaba a incomodarme. Su mirada inquisidora y su silencio quizás eran intencionados. También pensé que quizás aquel anciano tenía algún síndrome en la atención debido a la edad.

 

- Sed bienvenidos a nuestra casa. Les estaba esperando.

 

Su voz era melodiosa y aterciopelada. Pero ¿Cómo es posible que nos estuviera esperando, si no nos conocía de nada? No me gustan los misterios, pero su porte aristocrático y su voz no denotaban sino certeza y rotundidad.

 

- ¿Por qué nos dice que nos estaba esperando?

 

Jared levantó la mano en un ademán de obviedad a la vez que giraba con lentitud invitándonos a seguirlo.

- Tu nombre es Jean Baptiste. Pero no conozco el nombre de su esposa.

- No es mi esposa. Es mi guía turística. Seguramente sus parientes de New York le han avisado de mi llegada y le han dicho mi nombre.

 

El anciano se giró mirándome con una enigmática sonrisa sin decir nada. Luego dirigió la mirada a Samantha y volvió a sonreír sin pronunciar una sola palabra.

Caminamos unos pocos pasos y entramos en una pequeña sala con una mesa baja y varios cojines de terciopelo a su alrededor.

Una mujer mayor entró con suavidad en la sala llevando en sus manos una bandeja con sendas tazas blancas.

 

- Esta es mi hija Salima. ¡Les ruego tomen asiento y acepten nuestro té!

 

La mujer salió y volvió a entrar con otra bandeja conteniendo pastas de diversos tamaños y colores.

 

- Espero que les gusten nuestras galletas. Les dejo con nuestro padre. Si desean algo solo tienen que llamarme. Estoy preparando la comida a la que están invitados. Sería para nosotros un placer que compartieran nuestra mesa.

 

Samantha y yo nos miramos con una mirada interrogante. No sabía lo que estaba pasando, pero un aire de intriga y misterio parecía que daba un sentido mágico a nuestra presencia en aquella casa.

 

- Muchas gracias señora. Será un placer para nosotros aceptar su invitación ¡Lástima, que no hemos reparado en traer algún obsequio!

- No es necesario. Basta con su presencia -Dijo Salima-

 

Samantha más atenta que yo tomó la pequeña jarra y vertió el té en cada una de las tres tazas. Luego tomó una de ellas y se la ofertó al anciano.

 

- Gracias hija ¿Me habéis dicho que no estáis casados?

- No. Nos conocimos ayer en el aeropuerto.

- ¡Claro, claro…!

- Seguramente le han informado sus parientes americanos de nuestra llegada -dije yo-

- No, no nos han avisado.

- ¡Entonces! ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Y por qué nos ha dicho que estaba esperándonos?

- Ten paciencia Jean. Pronto comprenderás.

 

Estaba desconcertado. Pero Jared emanaba algo que no podría explicar con palabras humanas. Aquel hombre transmitía en el lenguaje emocional un verdadero discurso de paz y sabiduría. Tenía la sensación que estábamos ante

un sabio no de conocimiento convencional, sino de transcendencia y conocimiento superior.

 

- Nuestra tribu y nuestro conocimiento está acabando. En pocos años. Nuestro pueblo será una oscura referencia en los libros de historia. Somos una raza antigua. Hemos sido perseguidos y diezmados desde hace dos mil años. Yo soy el último de los servidores del conocimiento. Voy a cumplir en breve noventa años. Pero antes de partir debo entregarle a Ud., Jean, un testimonio de verdad.

 

Será justo después cuando partiré a las mansiones celestes, a reunirme con mis hermanos y mis antepasados. Será en ese preciso instante cuando Ruha, el Maligno, moverá todas sus huestes contra vosotros. Nosotros querido Jean, somos los testigos incómodos aún vivos del mayor fraude de la historia de la humanidad. Es por esto que Ruha ha entrado en el corazón de muchos reyes y muchos gobernantes inclinándoles al odio contra nuestro pueblo, desde hace dos mil años.

 

Tanto Samantha como yo, debíamos estar con cara de estúpidos ¿Dónde nos habíamos metido? ¿Qué clase de locura estábamos viviendo?

 

- Mire. Sr. Jared. Yo he venido a realizar un reportaje sobre su pueblo, contratado a su vez por la National Geographic. No sé quién es el Maligno y no sé cómo puede Ud, saber mi nombre y mi llegada.

 

Jared me miró a la vez que tomaba un sorbo de su taza de té.

 

- No, querido hijo. Tú has sido guiado por los Señores de la Luz, nuestros hermanos celestes. Tu eres un Nasurai, desde el momento que naciste hace cuarenta y dos años.

- ¡Que locura es esta! Los Nasurais, según he leído son sus sacerdotes y le aseguro que yo no soy sacerdote. No sé qué manía tienen Uds., en llamarme sacerdote. Soy antropólogo, no sacerdote.

Samantha emitió una pequeña carcajada…

- Ya te dije Jean que eras sacerdote.

- ¡Que manía!

- Tiene razón su esposa. No puedes ser sacerdote pues dice no estar casado. Y un Nasurai debe estar casado para realizar su ministerio.

- ¡Pero qué demonios…! Ya le he dicho que no es mi esposa.

- ¡claro…claro!

 

Comenzaba a enfadarme. Aquello era un galimatías elaborado por un anciano al que le faltaba el riego…

 

- Tu eres un hermano nuestro. Los Señores de la Luz marcaron tu cuello con el símbolo del olivo en el vientre de tu madre.

 

Un frio estremecedor recorrió todo mi cuerpo. Me faltaba el aire. No podía articular palabra.

Jared dirigió la mirada a Samantha y con un gesto de su mano señaló mi cuello. Mi guía se levantó se puso detrás de mí y giró el volante de mi camisa hacia atrás.

Un quedo suspiro salió de los labios de Samantha. Ella estaba viendo la marca de un angioma de nacimiento en mi cuello que, efectivamente, tiene forma de árbol.

No pude articular palabra alguna. Estaba sencillamente alucinado ¿Cómo sabía Jared que yo nací con esa marca en mi cuello?

 

- Mira Jean. Desde el mismo instante que bajaste del avión, comenzó para ti tu verdadera tarea en la vida. Comprenderás ahora porque estudiaste nuestra lengua sagrada; el arameo. Tu padre tenía razón. Tu nunca serás empresario sino un ser al servicio de la Luz.

- ¿Qué demonios sabe Ud. de mi padre y de mi vida?

- Comprendo que estés sorprendido. Ten paciencia yo te contaré cuanto se y cuanto debes conocer. Tenemos solo treinta y tres días para completar tu ministerio. Después yo debo partir y tu realizarás lo que el “cielo” ha programado en tu espíritu.

- ¿Quiere decirme que Ud., morirá en un mes?

- No Jean, nadie puede morir, ni aun deseándolo con todas sus fuerzas. Simplemente vuelvo a casa.

Sería conveniente que te alojaras en este pueblo. El viaje es fatigoso y tenemos por delante muchas jornadas de debate.

- No hay inconveniente por mi parte. No sé si Samantha querrá quedarse conmigo.

- Pues creo que ya no seré de utilidad. Me contrataron para ser tu guía en Irán, pero poco o nada se de los Mandeos y por lo que veo nada puedo hacer yo durante un mes.

 

El anciano, dirigió la mirada hacia Samantha con ternura.

 

- Tu debes quedarte junto a él. Tu destino está unido al suyo.

Aquel hombre tenía un extraño poder en la palabra. Un poder persuasivo, tierno y acogedor.

- Si Jean lo desea estaré el tiempo que sea necesario. Mi contrato cubre toda su estancia. Debo informar a la agencia de estos cambios. No sé lo que me dirán.

- Mira Samantha, mejor te despides de tu trabajo. Te contrato yo. No hay problema con tu salario. Ponlo tu como desees. Te extenderé un cheque, pero te ruego no me dejes solo en esta locura.

 

La risa de Jared nos sorprendió. Al parecer el anciano tenía también sentido del humor.

 

- Me parece que el contrato con Samantha va a durar bastante más que un mes.

- ¿No estará Ud, insistiendo en casarnos?

- ¡No por Dios! Pero un Nasurai debe estar casado si quiere realizar su ministerio.

- Yo no creo en el matrimonio. Y vuelvo a decirle que no soy sacerdote… ¡Que obsesión!

- ¡Claro! ¡Claro!

 

Fue a partir de ese momento cuando comprendí que aquel anciano combinaba sabiduría con un extraño sentido del humor. Entendí también, que sus gracias o comentarios jocosos iban dirigidos a esconder determinadas cuestiones que quería comunicar.

Jared volvió a la carga.

 

- Ayer te convertiste en mago.

- ¡Que! …Ud., está loco de verdad. Si fue ayer cuando llegué. ¿Qué quiere decirme?

- Pasaste una mala noche, pero ¿Recuerdas el sueño que tuviste?

 

Otra vez la sangre se me heló en las venas. Vinieron a mí en ese instante las imágenes de una pesadilla extraña. Las escenas quedaron vivamente grabadas y ahora afloraban de nuevo a mi lado consciente. Recuerdo estar con una mujer en una habitación. Aunque no vi su cara, entendía que era Samantha. Quizás impresionado por su belleza, la reproduce de nuevo inconscientemente. Luego vi que una bañera se llenaba de agua cubriendo todo el suelo de la estancia. Casi al instante me vi moviendo con el pensamiento unas virutas de madera que estaban en el suelo. Las levanté en el aire sin tocarlas, solo con un además de mi mano derecha y con la fuerza del pensamiento. Y curiosamente en el propio sueño, me preguntaba cómo había adquirido aquellos poderes de mago. La verdad es que no entendí el sueño y por otra parte estaba desvelado. Pero… ¿Cómo sabía aquel anciano lo que había soñado?

Se hizo un silencio en la habitación, hasta que Samantha tomó la palabra.

 

- Pues tendrás que contarnos lo que soñaste. Si no la curiosidad me va a matar.

 

Yo le conté el sueño, mientras el anciano apuraba el último sorbo del té. Lógicamente no le dije a Samantha que ella aparecía en la experiencia onírica.

Pero Jared volvió al ataque.

 

- Lo que no te ha contado Samantha es que tu estabas en el sueño.

- ¡Serás cotilla! ¿Es que no puede guardar silencio?

 

Y Jared emitió una ligera carcajada. Sin duda estaba gozando con mi perplejidad y desconcierto.

Samantha me miró interrogándome con los ojos. Pero yo preferí guardar silencio.

Al poco rato volvió Salima y detrás de ella su esposo, Jeremías. Un hombre ya mayor, con pelo blanco, quizás cercano a los setenta años. Luego el hijo de ambos. El orfebre que nos había recibido y como rayos ruidosos y divertidos dos niños preciosos que rondarían los diez o doce años; es decir los bisnietos de Jared. Y finalmente la madre de los pequeños, una bella mujer morena, de pocas palabras, pero de ademanes armoniosos.

 

Nos levantamos y nos dirigimos a la estancia principal de la casa, donde estaba la cocina y los armarios con casi todos los muebles y bienes que aquella familia poseía. Eran humildes pero felices, ceremoniosos y cariñosos.

 

Nos sentamos en sendos cojines alrededor de una mesa baja redonda. El olor del arroz recién horneado con especias nos abrió el apetito. Platos de distintas verduras. Dátiles, pan, varias salsas de diversos colores y agua fresca.

 

Jared solo comió un pequeño plato de verduras. Aquel anciano delgado y consumido, no necesitaba más. Se alimentaba con la satisfacción que irradiaba su familia y nosotros degustando aquella comida; que quizás para la mayoría era simple o incluso vulgar, pero tenía un ingrediente que solo unos pocos pueden degustar. Aquella comida tenía simplemente amor, amor de Salima, la matriarca de la familia que se prodigaba feliz entre los suyos.

Jared guardaba silencio, era el turno de sus hijos. La conversación giró en torno al trabajo de los varones y las directrices del hogar a cargo de Salima.

 

- Me ha dicho nuestro padre que debo buscarles alojamiento en nuestro pueblo. Creo que no tenemos los lujos de la ciudad, pero la viuda Fátima tiene espacio en su casa. Aunque no es de nuestra tribu, es una mujer limpia y honesta. Su casa es humilde, pero tiene todo lo que necesitan. Nuestro padre quiere que compartan con nosotros la comida y cuanto necesiten.

 

Samantha irrumpió en con su palabra.

 

- Así lo haremos, siempre que acepten nuestra contribución a los gastos y a sus necesidades.

- No es necesario -Dijo Salima-

- Se lo ruego por favor. No lo tomen como una compensación, sino como un obsequio.

Salima miró de soslayo a Jared. Bastó una simple mirada. Aquel anciano hablaba con los ojos con más elocuencia que la voz.

- ¡Lo comprendo! Gracias -Dijo Salima-

Jared hizo ademanes para levantarse. Su rostro estaba macilento y respiraba con dificultad. Sin duda estaba al límite de sus fuerzas.

Salima le recostó con suavidad poniendo un cojín en su espalda. El anciano cerró los ojos mientras su rostro entraba en un estado letárgico.

- Queridos amigos -Dijo Salima- nuestro padre está al límite. Su presencia le ha emocionado. Él nos advirtió desde hace meses que Uds., llegarían y esa emoción le ha fatigado. Creo que será mejor que vuelvan mañana a primera hora. Ahora debe reposar.

- Quizás necesite un médico -dije preocupado-

- No, nuestro padre está al límite. Su corazón no tiene fuerza, pero de ninguna manera el consentiría la presencia de un médico. Mañana estará bien.

 

No insistimos. Nos levantamos de la mesa. El silencio de aquella familia evidenciaba una veneración profunda por aquel anciano. Era un hombre sabio, un ser que sabía todo de mí y que se adentraba con soltura en el pasado y en el futuro.

 

Fue quizás una ráfaga fugaz de una emoción que percibí en forma intuitiva, pero por un momento supe que en aquella habitación no solo estábamos nosotros, sino algo o alguien más. Puede ser una locura, pero eso es lo que sentí.

Salimos en silencio. Nos despedimos con abrazos y besos de todos ellos y enfilamos la sinuosa carretera hacia Dezful.

 

Samantha conducía en silencio. Yo tampoco quería hablar. Tenía que procesar lo que habíamos vivido. Estaba absolutamente desbordado. Toda mi vida he utilizado la lógica y el razonamiento cartesiano. Pero me llevaba la palabra, la cara y la emoción de aquel anciano, metida en lo más profundo de mi alma. ¿Qué estaba pasando? Y por primera vez en mi vida sentí miedo y vértigo emocional.

 

Fue Samantha la que finalmente rompió el silencio.

 

- ¿Que sientes Jean? Hace dos días que te conozco y sencillamente yo no estaba preparada para esto. Y no me estoy refiriendo a lo que este hombre nos ha transmitido, sino a lo que se ha disparado dentro de mí. No sé cómo explícalo. Algo se ha movido dentro y no sé lo que es.

- Pues no pretendas que yo te lo resuelva porque sencillamente estoy abrumado. Yo venía a hacer un reportaje y este hombre me ha destrozado.

Durante estos años me he enfrentado a todo tipo de riesgos, incluso he tenido experiencias traumáticas en el frente de combate. Nunca he tenido miedo. Pero ahora mismo, me pasa lo mismo que a ti. Algo me ha golpeado por dentro y estoy en una especie de limbo sin poder razonar y discernir.

¿Cómo sabía lo del angioma de mi cuello? ¿Cómo pudo saber lo que ayer soñé? No puedo entenderlo. Quizás sea un fenómeno telepático o algo por el estilo. Pero este hombre con un pie en el otro lado, no me parece a mí que tenga dobles intensiones o que simplemente quiera impresionarnos. Aquí hay algo más.

- No sé si te has dado cuenta Jean que este hombre emana autoridad. Es algo así como un buen padre al que hay que obedecer. Y es una autoridad no impositiva, sino armoniosa.

- Si, efectivamente yo no lo podría haber dicho mejor. Es como un hombre sabio, pero no de una ciencia pragmática, sino emocional. Él llega antes al corazón que a la razón. ¡Demonios Samantha! es que … ¡Le quiero! Es un sentimiento de atracción extraño, pero a la vez reconfortante.

- Si estoy de acuerdo. Es un ser al que hay que amar necesariamente.

No se dieron cuenta que ya estaban en el hotel. El viaje había transcurrido sin que repararan en el tiempo y en el paisaje.

- Quédate un poco más conmigo.

- Por supuesto. Pero no mucho. Debo avisar a mi madre y hacer la maleta con lo mínimo para el traslado.

- Recuerda, querida, que eres mi esposa…

Samantha se echó a reír en forma divertida.

- Jared ha acertado en todo, pero en lo de ser tu esposa ha metido la pata.

Jean le respondió con una sonrisa maliciosa, diciendo:

- ¡Quién sabe! Recuerda que para ser Nasurai o sacerdote, debo casarme y que yo sepa ha sido él quien nos ha casado.

- No seas zalamero y no me enredes, que sé por dónde vas.

- No te molestes. Era una broma. En todo caso, debo decirte que eres una mujer bella e inteligente. Cualquier hombre se sentiría halagado con tu cariño.

- Bueno. Vamos a pasar página, que estamos entrando en un campo peligroso. Y por devolverte el halago, te diré que eres un hombre muy interesante.

 

Samantha se ruborizó. Ambos venían de abrir su corazón a una experiencia nueva y transcendente y en ese clima hablaba más su corazón que la cabeza.

 

- Samantha, no sé qué debo hacer para compensar a Salima y sus atenciones. Cuánto dinero quieres que le entregue. Había pensado en cinco mil euros.

- Ese dinero en Irán es una fortuna. Temo que si se lo entregas se sienta ofendida.

- Pero ese dinero en Francia es muy poco y le vamos a generar gastos. Son una familia humilde y ese dinero les puede ayudar mucho. De hecho, pienso que hay que darle más.

- Déjalo a mi cuidado. Yo hablaré con Salima. Entre mujeres nos entendemos mejor para estas cosas.

- Quiero también decirte algo, sin que te ofendas, querida. Creo que debo compensarte económicamente por la dedicación que me has ofertado. El dinero no es problema para mí y me gustaría compensarte.

- No digas tonterías Jean. No necesito tu dinero. Y voy a esta experiencia por mí misma. Me mata la curiosidad y quiero de verdad escuchar a Jared.

 

Se despidieron con un abrazo y un beso de cortesía. Les esperaba una aventura que cambiaría sus vidas de una manera absoluta.

 

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