jueves, 2 de agosto de 2012

De película


No recuerdo que edad tenía.
Lo que si recuerdo es que de ello hace mucho tiempo. 
Lo que recuerdo, cuando no recuerdo que edad tenía es haber visto por televisión una película de ciencia ficción que me sobrecogió.
La película se titulaba: 
"EL INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE".




La he visto dos veces y de ello hace tiempo pero de ninguna ocasión recuerdo la edad que tenía cuando las vi y ambas por televisión aunque dónde y cuándo eso no importa.
De la primera vez que la vi me recuerdo especialmente la impresión de la historia que narra el film.
Un hombre, tras una experiencia navegando en un pequeño yate, desarrolla una extraña anomalía que lo hace menguar paulatinamente.
La historia de la película cuenta sus peripecias en esta su circunstancia y la película acaba sin solución para el protagonista.
La segunda vez que la vi, recuerdo que fue bastante tiempo después que la primera vez  y de ello también hace tiempo.
De esta segunda vez y ya siendo un poco más mayor hubo dos cosas que recuerdo que me impresionaron.
Lo primero que me impresionó es como con ingenio y habilidad, y sin medios técnicos dignos de alarde la película recrea una realidad, la de la ficción de la película, que deja una notable impresión de veracidad en el espectador.








Pero especialmente en este segundo visionado de la película me impresionó la escena final.

El personaje protagonista de la historia una vez que ya ha desaparecido del campo de visión de sus seres cercanos, y resignado a su destino de seguir menguando, se asoma por una ventana de su casa.
Desde ahí observa el sol en el horizonte mientras en off se oye la voz de sus reflexiones.




En ese momento en el que se sabe abocado a adentrarse conscientemente y con su cuerpo en la realidad del mundo atómico se le oye que se dice a sí mismo:

“…O tal vez sea yo el hombre del futuro
Si hubiese habido otras irradiaciones, otras nubes a través de los mares o de los continentes tal vez otros me habrían seguido en mi nuevo mundo.
Son tan cercanos lo infinitesimal y lo infinito.
Pero de repente comprendí que eran dos términos de un mismo concepto.
El espacio más pequeño y el espacio más basto en mi mente eran el punto de unión de un gigantesco círculo.
Tal vez voy a tener el privilegio de ser el único hombre que conseguirá ver donde se encuentra ese punto.
Mire a lo alto como tratando de aferrarme al cielo, al universo.
Y en ese momento encontré la solución al enigma del infinito.
Siempre había pensando dentro de los límites de la mente humana.
Había razonado acerca de la naturaleza.
La existencia tiene un principio y tiene un fin en el pensamiento humano no en la naturaleza.
Disolverse convertirse en nada.
Mis miedos se desvanecían y venia en su sustitución la aceptación.
La basta majestuosidad de lo creado.
Un significado que yo debía darle.
Si pequeño entre lo más pequeño también yo tenía un significado
Quien tiene a Dios no está en la nada.
Yo existo aún…”.

La emoción de la propia historia, lo bien narrada visualmente, me llevó a valorar, tanto en aquel tiempo como ahora que ya ha pasado tanto tiempo dese que la vi ese momento del desenlace final del film hasta el punto de seguir recordándolo.

Es una de las aspectos cosas que me impresiona de algunas películas..., 
los horizontes hacía donde te proyectan.
La capacidad de absorción de una película es tremenda y muchas veces he creído que mensajes profundos se han pasado, se pasan y se pasarán a través de ese formato.
Muchas escenas de películas vienen a mi mente ahora.
De alguna he hablado, de algunas seguiré hablando.
Hoy me venía al recuerdo especialmente este recuerdo porque cada vez más siento lo que lo grande y lo pequeño son iguales salvo en la escala del tamaño y porque desde el conocimiento y la observación de lo pequeño accedemos más fácilmente a la comprensión de lo grande.
El tamaño es en cierta manera subjetivo y casi irrelevante puesto que todo está concentrado en nuestro interior.
Todo está en nosotros, el todo es un reflejo de nosotros y nosotros somos un reflejo del todo.




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