UN MAGO GENIAL
Este relato se inició con Saturno en el Medio Cielo. Para casi todos no será más que un acertijo, para unos pocos, es el momento preciso de la visita del Maestro en el punto de la Suprema Inteligencia.
PROLOGO
Me considero un
ser afortunado. No tanto por haber conseguido la tan deseada felicidad o el
éxito. Pero también es cierto que lo que se dice “afortunado” por poseer fortuna;
efectivamente si lo soy. Mi padre nos dejó, a mi madre y a mí, una cuantiosa
fortuna.
Para mí el
dinero no es un objetivo. Viví siempre con una situación acomodada. Quizás por
esto, busqué el contraste y procuré en todo momento vivir en forma opuesta a como
lo hizo mi progenitor. Busqué siempre ser autosuficiente, incluso traté de
pagarme la Universidad, aunque no lo conseguí.
Estudié
Filosofía en la Sorbona. Mi padre nunca me lo perdonó. Él hubiese deseado que
estudiara Ingeniería, pues la empresa, que con tanto sudor y esfuerzo había
levantado mi padre, requería de un especialista, pero yo, interpretando una
rebeldía constante, me dedique a escudriñar los misterios de la existencia. Después
de licenciarme, volví a defraudar a mi progenitor, puesto que me fui a vivir a
una comuna de gente rebelde. Fui ocupa y me detuvieron varias veces por
desórdenes públicos. ¡En fin! Todo un personaje absolutamente paranoico y desubicado.
Tampoco conseguí
la felicidad con esa manada humana de porreros y antisistemas. No encontré
entre ellos a un Aristóteles o a un Descartes. Descubrí sencillamente que era
una jauría de personajes paranoicos y frustrados.
Y con la mochila
de la decepción me puse a estudiar Antropología e Historia. Finalmente, con
treinta años me había licenciado en tres disciplinas a cuál más utópicas y poco
prácticas. Mi padre sencillamente me compadecía. Él; un triunfador, con una
fortuna inmensa no me comprendía.
Mi madre; una
santa. Enamorada hasta la médula de su marido, me suplicó que complaciera a mi
padre. En mayor medida, porque con poco más de sesenta años contrajo una
leucemia que nos marcaba la ruta de un futuro próximo desenlace.
- Hijo, no me queda mucho
tiempo. Pero por favor, no vendas la empresa mientras viva tu madre.
- Lo siento papá. Se que has
luchado como un loco por darnos cuanto has conseguido. Pero no he podido. Yo no
soy como eres tú. Lo siento….
- ¡No hijo! El que debe pedirte
disculpas soy yo. Tienes una inteligencia extraordinaria. Creo que mi empresa y
mis objetivos se te quedan cortos. Creo sinceramente, que estás destinado a
algo más grande.
A partir de
aquella conversación, adornada con sendas lágrimas, fui a trabajar con mi
padre. Fueron dos años, los que vivió, pero en ese corto periodo de tiempo, no
vi a un padre empresario, sino a un humanista, que a su modo estaba cambiando
el mundo. Fue progresivamente como descubrí la tremenda admiración que sus
empleados le profesaban. Mi padre conocía cada una de las familias de los cerca
de los mil seiscientos trabajadores a su cargo. Tenía becados a muchos hijos de
sus asalariados y escuchaba pacientemente a todos y cada uno de los que
empleaba. Tanto al director general como al barrendero de la empresa les
concedía su tiempo y su dignidad. En definitiva, yo fui un hijo idiota que
descubrió a su padre tarde.
Fue al fallecer
cuando entendí finalmente, que mi familia no se componía de padre, madre, algún
primo que otro y otros tantos parientes, que, por otra parte, no frecuentaba.
Mi familia estaba compuesta de mil seiscientas personas. Y digo esto, porque
estos empleados consideraban a mi progenitor como su propio padre.
No pude vender
la empresa. Las ofertas vinieron de varias multinacionales. Todas estaban
interesadas en la sección de microprocesadores que nuestra empresa fabricaba
para todo el mundo con una tecnología puntera. Pero si vendía a esos tiburones
de las finanzas, al día siguiente de firmar el contrato, comenzarían los
despidos y muchos empleados, a los que durante dos años frecuenté y conocí,
perderían su trabajo y sus familias se verían perjudicadas.
Mi padre conocía
a su gente y ese conocimiento emocional que profesaba por sus trabajadores me
indicó el camino que debía tomar.
Fue en el propio
funeral de mi padre, al que acudieron miles de personas cuando diseñé el esquema
con el que todavía sigo funcionando.
El director
general, Marco Feleane era la sombre de mi padre. Estaba en la empresa desde
que había salido de la Universidad y amaba a mi progenitor como un hijo. Y
Marco a su vez se había rodeado de un equipo de dirección fiel, responsable y
eficaz. Además, la genialidad de mi padre había sido magistral, puesto que un veinticinco
por ciento de la empresa la había repartido meritoriamente entre su equipo
responsable. El setenta y cinco por ciento lo había heredado yo. De esa manera,
no solo tenía empleados, sino socios y los socios luchaban con eficacia y
esmero, tanto por sus salarios, como por sus beneficios.
Confiaba plenamente
en Marco. Para mí fue fácil, puesto que simplemente seguí las recomendaciones
de mi padre. Y además en los dos años que trabajé en la empresa, fue Marco
quien me instruyó y me puso al corriente de todos los vericuetos de aquel
mastodonte industrial.
Finalmente, y
sin programarlo, a base de convivencia, esfuerzo y empatía, Marco para mi
terminó siendo como el hermano que nunca tuve.
- Jean. Pongo mi cargo a tu
disposición -me dijo- todavía afectado por la desaparición de mi padre.
- No Marco. Yo no voy a hacer
cambios; es más, tengo que pedirte un favor.
- Lo que quieras.
- Quiero que sigas en tu cargo y
además te voy a asignar más tareas y mi representación personal.
- Que es lo que quieres
exactamente. No termino de comprenderte.
- Pues que además de la empresa,
vas a representarme con voz y voto en los consejos y en las decisiones
estratégicas del negocio.
- Sigo las instrucciones de tu
padre. Él me dijo que no te encerrara en un despacho. Me hizo prometerle que te
dejaría realizar tus deseos y vocación. Y ten la seguridad de que así lo haré.
- Mira Marco, yo no soy un
empresario, pero no ignoro que tengo una responsabilidad contigo y con el
negocio, pero no puedo emplear todo mi tiempo y esfuerzo al mismo. Te escucharé y dialogaré contigo cuando sea
necesaria mi presencia, pero no puedo prometerte que seré un celoso empresario.
- Cuento con ello. Pero tampoco
puedo asumir toda la responsabilidad del negocio. La empresa es técnicamente
tuya y debo consultar contigo las decisiones.
- Por supuesto. Te escucharé,
pero quizás tengamos que vernos hoy en África y mañana en las Filipinas. Yo no
soy rata de despacho ¡Lo siento!
- Si, se cómo eres y lo que has
aguantado al lado de tu padre en estos dos años. Se hará como tú quieras. Se
que eres una persona honesta y leal. Gracias por otorgarme tu confianza.
Y aquel pacto ha
seguido activo durante los años sucesivos y Marco, además de ser mi
representante, es para mí como un hermano. Soy el padrino de sus dos hijos y le
he hecho viajar al pobre por medio mundo. Incluso, he detectado que se ha ido
aficionando a mis aventuras poco a poco. De tal manera, que hoy hablamos de
estrategia comercial o ampliar mercados y mañana nos metemos en el desierto a
conocer una tribu del África más remota.
Ignoro cuánto
dinero hay en mi cuenta corriente. Todo eso lo lleva Marco. Además, sigo con la
misma austeridad congénita que me caracteriza. Dispongo de una tecnología punta
para mi trabajo de investigación. Tengo un Toyota “todo-terreno” con más de
doscientos mil kilómetros y a semejanza de “Indiana Jones” mi maleta personal
es liviana. Un buen ordenador y un teléfono de campaña excelente. Poco más. Así
es mi vida. Quizás por pura practicidad y por los infinitos viajes me manejo a
la perfección en cinco idiomas, además lógicamente del francés. Hablo el árabe
y por supuesto el griego y el latín. Puedo leer la simbología del antiguo
Egipto e incluso me manejo bien con el sumerio y el arameo.
De amores
prefiero no hablar. No creo en el amor de una pareja para toda la vida. No
suele funcionar, o por lo menos yo no lo he conseguido. La convivencia es dura
y las diferencias emergen después de un periodo apasionado. He tenido por tanto
varias relaciones, pero la que más me ha durado ha sido tres años. No tengo
hijos. Traer un hijo al mundo, tal y como están las cosas, me parece una
responsabilidad que yo no puedo asumir y no creo estar preparado para educar a
un pequeño. Me conformo con los dos hijos de Marco, a los que quiero de verdad.
Mi madre es maravillosa y muy inteligente. Me conoce y reclama poco su
atención. Una llamada o un beso de vez en cuando activa en ella el resorte de
la satisfacción y dedica casi todo su tiempo a la lectura y al arte. Pinta muy
bien.
Tengo un pequeño
apartamento en Montmartre, en la zona de los pintores. Mis muebles son libros y
más libros. Piedras, pinturas y tallas de madera de países antiguos y
pintorescos y poco más.
He dado la
vuelta al mundo varias veces y he visitado miles de sitios. Seguramente hablaré
en lo sucesivo de algunas aventuras que he vivido y de las que he aprendido,
pero será más tarde. Ahora me dispongo a contaros una historia que muy pocos entenderán,
pero no creo que deba retenerla para mí solo. Es algo que puede cambiar el
rumbo de la historia. La cuestión no es tanto contarla, sino transmitirla sin
herir sentimientos. Quiero anticiparos que algunas anécdotas son tan
inverosímiles, que rayan el milagro.
Voy a ser
preciso. Sin adornar literariamente el relato. Transcribiré esencialmente las
conversaciones que mantuve con un anciano pocos días ante de su muerte. Su
nombre Jared.
El me esperó, me
despertó y me motivó para realizar esta tarea. No sé si conseguiré alcanzar su
aristocracia espiritual, e incluso puede ser que no acierte a enmarcar sus
palabras en las condiciones éticas que requieren sus revelaciones. Pero lo
intentaré. No he alterado ni una como de su verbo, pero puede ser que mi interpretación
se quede por debajo de la intención con la que me trasladó todo su
conocimiento.
Lo que vais a
leer es sencillamente un cuento un cuento maravilloso…¡o no! A lo mejor resulta
que es verdad. Pero como es tan inverosímil, siempre tendré la coartada que es
simplemente una pequeña novela.
Todo comenzó en
Dezful, en la provincia de Khuzestan en Irán…
No hay comentarios:
Publicar un comentario