Qué hubiera pasado si, tal como
nos cuenta la historia, a Isaac Newton en lugar de caerle una manzana, en la
cabeza le hubiesen caído 7.356.982 manzanas…
O si se hubiese movido del lugar
que estaba sentado y no le hubiese impactado la manzana en la cabeza…,
…o sencillamente no hubiese
estado aquel día en aquel lugar...,
... o el árbol bajo el que se cobijaba no hubiese sido un manzano…
... o el árbol bajo el que se cobijaba no hubiese sido un manzano…
Qué hubiese pasado si no hubiera
pasado lo que pasó.
Nunca lo sabremos….
Estas preguntas, alguna exagerada en
tono de broma me llevan a una reflexión y es la de la sincronicidad.
En realidad todo lo de ese instante fue todo
una cadena de sincronicidades.
Que Isaac Newton estuviese solo…,
…que sintiese la necesidad de dar
un paseo y de sentarse a los pies de un manzano,
…que fuese la estación en la que
maduran las manzanas,
... que esa manzana precisamente esa estuviese sobre su cabeza y que una
brisa de aire, un repiqueteo de un pájaro o quién sabe qué la hiciese caer,
…que estuviera pensando en lo que
pensaba y que eso le llevase a esa famosa reflexión,
…que, que, que…
A veces me he preguntado si fue
el impacto de la manzana en la cabeza de Isaac Newton la que accionó una
conjunción explicita de neuronas que lo guió a sus reflexiones tras el
aterrizaje de la manzana en su sesera.
Todo es pues una sincronicidad,
una perfecta sincronicidad que por cuanto he aprendido somos nosotros mismos quienes la creamos,
especialmente cuando la naturaleza de nuestro pensamiento es benevolente o, mejor dicho, es
lo menos malevolente posible.
Si, estoy convencido de que somos nosotros quienes creamos esas condiciones sincrónicas
que nos llevan al encuentro de algo que buscamos ansiosamente o que debemos
encontrar porque nosotros habíamos programado que así fuera.
Y a esa sincronicidad le llamamos tambien vida.
Nuevamente fue una manzana el
desencadenante causal/casual del origen de una teoría que luego pasó a ser un riguroso
principio físico: la ley de la atracción y de la gravedad y de cómo ésta afecta a
los cuerpos celestes y al mismo universo y como rige su devenir.
La primera manzana, la de Adán y Eva nos llevó a desarrollar,
necesaria o innecesariamente, una conciencia de este espacio tiempo.
La segunda manzana nos conecta, a través del pensamiento de un genio entre genios, a
tomar conciencia con
nuestro alrededor y con todo el conjunto que nos rodea y a tomar en
consideración las leyes que rigen este devenir y por consiguiente a
evolucionar.
Nos hace conscientes de que la Ley es la que rige siempre y que su conocimiento y su observación nos permite adecuarnos a ella y por consiguiente a estar en armonía.
Nos hace conscientes de que la Ley es la que rige siempre y que su conocimiento y su observación nos permite adecuarnos a ella y por consiguiente a estar en armonía.
La primera manzana es la Tierra.
La segunda
manzana nos conecta con el Universo entero...
Y con ésta ya van dos.
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