El
libro: "Cómo Triunfar En El Amor Y
En Los Negocios" fue el primer texto de "autoayuda" que leí
en los lejanos 70.
Una
frase que leí me impactó: "Para
triunfar en los negocios escriba libros como yo"
Evidentemente
me reí mucho con aquella aseveración, sin embargo y ya pasado el tiempo una de
las cosas que he visto es que todas las personas -o al menos todas de
las que yo he conocido o he sabido- se muestran a sí mismas como un
ejemplo, en algún ejemplo concreto, de una experiencia bien lograda, de
una experiencia superada con éxito.
Sin
duda eso estará bien que sea así puesto que justamente el valor de la
experiencia es el que cuenta, de manera especial, cuando se habla o se quiere
hablar de desarrollo personal o de coaching.
A
veces esa sensación de que los demás son siempre exitosos en su
logros experimentativos me ha creado sentimientos contrariados. Sin
duda será quizás por el hecho de que creo que no todos tienen, no tenemos solo
experiencias "de logro".
Me
sirve eso de colación para hablar de una experiencia personal que encuadro
voluntariamente en lo que yo voy a denominar "Escuela de pensamiento" y de la que
soy, también yo, un eterno aprendiz.
Por
motivos de trabajo estaba realizando una labor un tanto pesada en una ciudad
cercana de la población en la que vivo.
Realizando
este trabajo, y justamente para hacer más llevadera una labor tediosa, estaba
en mi ayuda un ser cercano a mi corazón, un ser cercano y joven.
En
un momento determinado de la realización de la acción requerida y que implicaba
un recorrido circular por la ciudad en cuestión, y a una hora un tanto
intempestiva, mi joven acompañante me sugirió un momento de pausa, a
modo de descanso. Una pausa a modo de descanso que no estaba prevista, ni para ese
momento, ni para esa ubicación.
Detenernos, aceptando lo sugerido con la propuesta lanzada fue vital para lo que voy a explicar a
continuación.
Un
encuentro casual con una persona, que de manera casual decidió detenerse también en el
mismo lugar y con solo unos leves minutos de desfase respecto de mí y de mi
joven acompañante y ayudante me sirvió para saber que un error involuntario,
cometido por una tercera persona, hacia improductible la mitad del esfuerzo que
estaba realizando, esfuerzo que, ya había empezado a realizar el día anterior y que obligaba a detener una parte del trabajo en ejecución.
Conocer
esa contingencia me llevaba a una doble acción.
Por un lado no continuar con
una buena parte de esa labor.
Por otra parte tener que rehacer todo lo hecho hasta
ese instante.
En
ese punto dos emociones, dos sensaciones me embargaron y tiñeron el colorido de
mis pensamientos.
Sabía que eran dos y opuestas y que aunque convivían en mí, era mejor escoger una.
Debía escoger entre: ¿me
sentía afortunado por saber casualmente de un error que de no conocerlo en ese instante hubiese invalidado todo
un trabajo que estaba a punto de realizar y que ya había en parte realizado?, o, ¿me sentía fastidiado por tener que rehacer la mitad
de un trabajo pesado y ya ejecutado hasta ese momento?
Una parte de mí -la física humana- sentía en sus carnes la pesadez de tener que
rehacer nuevamente un esfuerzo ya hecho, y me sentía por consiguiente y por ello fastidiado.
Otra parte de mi -la espiritual y sabía- me hacía valorar en su justa medida el oportunismo de un encuentro casual que me evitó un mal que podría haber sido mayor de no haberse producido.
(Voluntariamente he usado en mi redacción la palabra casual,
lo correcto era haber usado la expresión causal.)
Ambas
emociones, ambas sensaciones me acompañaron el resto de la jornada y durante
los días siguientes a ese encuentro, sin embargo los primeros días predominó la
sensación que teñía mis pensamientos de desencanto.
Fue solo después, cuando
empecé a rehacer y ya corregido el trabajo errado en su comienzo que predominó la sensación de alivio
porque era consciente de que podía haber sido peor de no haberse producido
aquel causal encuentro ya mencionado.
En ese encuentro, que se dio por un cúmulo de coincidencias, a crearlo fueron de un lado, el pensamiento teñido de benevolencia de la persona que me encontró y que me avisó de un error involuntario. Era de noche y esperaban al día siguiente para advertirme. Por otro lado una parte de mí que ayudó a crear, en suma de benevolencia con la benevolencia de mi entorno, esa situación de encuentro inusual pero causal, que resultó ser determinante.
Desde
la escuela de pensamiento sé que nosotros creamos el futuro con el pensamiento.
Si la calidad de éstos está teñida con la benevolencia el futuro solo puede
ser bueno aunque en cuanto a logro no se “vea” de manera inmediata.
A veces la positividad de algo no se ve de una manera inmediata.
Ese es un
concepto a tener en cuenta en futuras experiencias, aunque sean de índole diversa, para "sentirlas" de modo diferente. Para "sentirlas" o para "valoraras" desde la positividad latente que encierran en el presente y que manifestarán en el futuro
proyectado.
¿Son
los pensamientos los que disparan las emociones, o son las emociones los que
disparan los pensamientos?
Yo
pienso y creo que ambas cosas, según el momento y según la circunstancia.
Los
pensamientos que sentimos a modo de dialogo interno no nacen en el cerebro.
El
cerebro o la frente, que es donde resuenan los pensamientos a modo de diálogo interno, no es más que la caja de
resonancia que se hace eco de lo que pensamos.
El cerebro es como un piano.
Un piano no es capaz por sí mismo de emitir sonidos.
Un piano sin un pianista no emite sonido alguno.
Es la calidad del pianista la que da el color y el calor a
la melodía.
Los pensamientos son la melodía que una parte muy profunda de nosotros emite.
Somos a la vez piano y pianista.
Tener
la capacidad de poder estar a la escucha de nuestros pensamientos nos da la
medida de que somos algo más que nuestros propios pensamientos.
Tener como
tenemos esa capacidad de disociación es un regalo que nos hemos dado y que nos permite ser
observador de una película que nosotros mismos estamos protagonizando y así hacer
las correcciones oportunas para, en una escena diferente o semejante, actuar según los dictámenes
del director que, paradójicamente somos nosotros mismos.
Somos como un músico que puede hacer sonar diferentes partituras, con diferentes estado de ánimo y cada vez de mejor manera y con mejor calidad.
Reconozco
haber sido presa, durante unos días, de una calidad de pensamientos y ello en
base a la fatiga y al cansancio, también a lo dificultoso de tener que aceptar que había
re-empezar.
Quizás
eso pueda, sino justificarlo ni explicarlo, si tal vez mutarlo en algo, espero
positivo exponiéndolo.
Ese
hecho real da origen a otras reflexiones y a otras deducciones.
Son unas líneas
más del libro de la vida de mi vida que estoy escribiendo y es al mismo tiempo
un motivo más de escribir en este blog y de dar forma paulatina a lo que he
denominado escuela de pensamiento.
Como
ya he expresado siempre pensé que no todos, cuando hablan/amos en términos de
coaching o de desarrollo personal son/somos exitosos y siempre me pareció bien el expresarlo.
Es por eso que justo eso es lo que he querido hacer en lo que he
pensado en definir como: “Escuela de
pensamiento 1”.
Evidentemente me reí mucho con aquella aseveración, sin embargo y ya pasado el tiempo una de las cosas que he visto es que todas las personas -o al menos todas de las que yo he conocido o he sabido- se muestran a sí mismas como un ejemplo, en algún ejemplo concreto, de una experiencia bien lograda, de una experiencia superada con éxito.
Sin duda eso estará bien que sea así puesto que justamente el valor de la experiencia es el que cuenta, de manera especial, cuando se habla o se quiere hablar de desarrollo personal o de coaching.
Conocer esa contingencia me llevaba a una doble acción.
Por un lado no continuar con una buena parte de esa labor.
Por otra parte tener que rehacer todo lo hecho hasta ese instante.
En ese punto dos emociones, dos sensaciones me embargaron y tiñeron el colorido de mis pensamientos.
Sabía que eran dos y opuestas y que aunque convivían en mí, era mejor escoger una.
Una parte de mí -la física humana- sentía en sus carnes la pesadez de tener que rehacer nuevamente un esfuerzo ya hecho, y me sentía por consiguiente y por ello fastidiado.
Otra parte de mi -la espiritual y sabía- me hacía valorar en su justa medida el oportunismo de un encuentro casual que me evitó un mal que podría haber sido mayor de no haberse producido.
(Voluntariamente he usado en mi redacción la palabra casual,
lo correcto era haber usado la expresión causal.)
Ambas emociones, ambas sensaciones me acompañaron el resto de la jornada y durante los días siguientes a ese encuentro, sin embargo los primeros días predominó la sensación que teñía mis pensamientos de desencanto.
Fue solo después, cuando empecé a rehacer y ya corregido el trabajo errado en su comienzo que predominó la sensación de alivio porque era consciente de que podía haber sido peor de no haberse producido aquel causal encuentro ya mencionado.
Desde la escuela de pensamiento sé que nosotros creamos el futuro con el pensamiento.
Si la calidad de éstos está teñida con la benevolencia el futuro solo puede ser bueno aunque en cuanto a logro no se “vea” de manera inmediata.
A veces la positividad de algo no se ve de una manera inmediata.
Ese es un concepto a tener en cuenta en futuras experiencias, aunque sean de índole diversa, para "sentirlas" de modo diferente. Para "sentirlas" o para "valoraras" desde la positividad latente que encierran en el presente y que manifestarán en el futuro proyectado.
El cerebro o la frente, que es donde resuenan los pensamientos a modo de diálogo interno, no es más que la caja de resonancia que se hace eco de lo que pensamos.
El cerebro es como un piano.
Un piano no es capaz por sí mismo de emitir sonidos.
Un piano sin un pianista no emite sonido alguno.
Es la calidad del pianista la que da el color y el calor a la melodía.
Los pensamientos son la melodía que una parte muy profunda de nosotros emite.
Somos a la vez piano y pianista.
Tener como tenemos esa capacidad de disociación es un regalo que nos hemos dado y que nos permite ser observador de una película que nosotros mismos estamos protagonizando y así hacer las correcciones oportunas para, en una escena diferente o semejante, actuar según los dictámenes del director que, paradójicamente somos nosotros mismos.
Somos como un músico que puede hacer sonar diferentes partituras, con diferentes estado de ánimo y cada vez de mejor manera y con mejor calidad.
Son unas líneas más del libro de la vida de mi vida que estoy escribiendo y es al mismo tiempo un motivo más de escribir en este blog y de dar forma paulatina a lo que he denominado escuela de pensamiento.
Como ya he expresado siempre pensé que no todos, cuando hablan/amos en términos de coaching o de desarrollo personal son/somos exitosos y siempre me pareció bien el expresarlo.
Es por eso que justo eso es lo que he querido hacer en lo que he pensado en definir como: “Escuela de pensamiento 1”.
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