No recuerdo que edad tenía.
Lo que si recuerdo es que
de ello hace mucho tiempo.
Lo que recuerdo, cuando no recuerdo
que edad tenía es haber visto por televisión una película de ciencia ficción
que me sobrecogió.
La película se titulaba:
"EL INCREÍBLE HOMBRE
MENGUANTE".
La he
visto dos veces y de ello hace tiempo pero de ninguna ocasión recuerdo la
edad que tenía cuando las vi y ambas por televisión aunque dónde y cuándo eso
no importa.
De la
primera vez que la vi me recuerdo especialmente la impresión de la
historia que narra el film.
Un
hombre, tras una experiencia navegando en un pequeño yate, desarrolla una
extraña anomalía que lo hace menguar paulatinamente.
La
historia de la película cuenta sus peripecias en esta su circunstancia y la
película acaba sin solución para el protagonista.
La
segunda vez que la vi, recuerdo que fue bastante tiempo después que la primera
vez y de ello también hace tiempo.
De esta
segunda vez y ya siendo un poco más mayor hubo dos cosas que recuerdo que me
impresionaron.
Lo
primero que me impresionó es como con ingenio y habilidad, y sin medios
técnicos dignos de alarde la película recrea una realidad, la de la ficción de
la película, que deja una notable impresión de veracidad en el espectador.
Pero especialmente en este segundo visionado de la película me impresionó la escena final.
El personaje protagonista de la historia una vez que ya ha desaparecido
del campo de visión de sus seres cercanos, y resignado a su destino de seguir
menguando, se asoma por una ventana de su casa.
Desde
ahí observa el sol en el horizonte mientras en off se oye la voz de
sus reflexiones.
En ese
momento en el que se sabe abocado a adentrarse conscientemente y con su cuerpo
en la realidad del mundo atómico se le oye que se dice a sí mismo:
“…O tal
vez sea yo el hombre del futuro
Si
hubiese habido otras irradiaciones, otras nubes a través de los mares o de los
continentes tal vez otros me habrían seguido en mi nuevo mundo.
Son tan
cercanos lo infinitesimal y lo infinito.
Pero de
repente comprendí que eran dos términos de un mismo
concepto.
El
espacio más pequeño y el espacio más basto en mi mente eran el punto
de unión de un gigantesco círculo.
Tal vez
voy a tener el privilegio de ser el único hombre que conseguirá ver donde se
encuentra ese punto.
Mire a
lo alto como tratando de aferrarme al cielo, al universo.
Y en ese
momento encontré la solución al enigma del infinito.
Siempre
había pensando dentro de los límites de la mente humana.
Había
razonado acerca de la naturaleza.
La
existencia tiene un principio y tiene un fin en el pensamiento humano
no en la naturaleza.
Disolverse
convertirse en nada.
Mis
miedos se desvanecían y venia en su sustitución la aceptación.
La basta
majestuosidad de lo creado.
Un
significado que yo debía darle.
Si
pequeño entre lo más pequeño también yo tenía un significado
Quien
tiene a Dios no está en la nada.
Yo
existo aún…”.
La
emoción de la propia historia, lo bien narrada visualmente, me llevó a valorar,
tanto en aquel tiempo como ahora que ya ha pasado tanto tiempo dese que la vi
ese momento del desenlace final del film hasta el punto de
seguir recordándolo.
Es una
de las aspectos cosas que me impresiona de algunas películas...,
los
horizontes hacía donde te proyectan.
La
capacidad de absorción de una película es tremenda y muchas veces he creído que
mensajes profundos se han pasado, se pasan y se pasarán a través de ese
formato.
Muchas
escenas de películas vienen a mi mente ahora.
De
alguna he hablado, de algunas seguiré hablando.
Hoy me
venía al recuerdo especialmente este recuerdo porque cada vez más siento lo que
lo grande y lo pequeño son iguales salvo en la escala del tamaño y porque desde
el conocimiento y la observación de lo pequeño accedemos más fácilmente a la
comprensión de lo grande.
El
tamaño es en cierta manera subjetivo y casi irrelevante puesto que todo está
concentrado en nuestro interior.
Todo
está en nosotros, el todo es un reflejo de nosotros y nosotros somos un reflejo
del todo.
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