Hay
dos formas de introspectarnos, entendiendo por introspectarnos saber quiénes somos, saber qué somos, saber cómo somos.
Una
forma es a través del pensamiento.
Es decir entrar hacia dentro de si mismo en aspectos íntimos
nuestros:
qué siento,
cómo me siento,
qué siento haber heredado de mis padres,
de mis abuelos,
qué esquemas de comportamiento repito de ellos,
etc.
Otra
forma es hacer como si estuviésemos ante un espejo.
Si miramos los documentos que
las nuevas tecnologías nos proporcionan podemos ver:
cómo estamos constituidos por
dentro,
cómo actúan mis venas, mis arterias, mi cuerpo,
cómo están compuestas mis células,
cómo elimino
los deshechos,
cómo aprovecho todos los nutrientes,
cómo se forma una
nueva vida de un ser humano,
etc.
Las
dos formas son válidas, las dos formas nos llevan a destino.
La
primera vía nos permite encontrar nuestra singularidad.
Con la primera vía cada
uno de nosotros tiene la certeza de que somos únicos y es que nadie es exactamente igual a otro ni en el aspecto
físico, ni el aspecto emocional, ni en la propia historia personal.
La
segunda vía nos permite encontrarnos ante el hecho real de que nuestra
singularidad, si bien real no es más que una ilusión dado que somos todos
iguales a todos y somos igual al todo.
La
segunda vía nos permite añadir a esa singularidad encontrada el
concepto de unidad y semejanza con el todo, poniendo más accesible y a
nuestro alcance la comprensión del todo.
Y sin embargo los dos aspectos nuestros introspectados son aspectos reales.
El
fractal es una forma geométrica cuya estructura básica, fragmentada o
irregular, se repite a diferentes escalas. Este es un principio que se empieza
a manejar en la concepción física de la realidad.
Así comprendemos que lo grande y lo pequeño, aun variando en su escala es igual.
Nosotros
por tanto somos, en el punto de la escala que ocupamos una realidad
fractal que reproduce en su dimensión la totalidad de lo que nos
contiene.
Hace
tiempo escribía en este mismo foro un concepto en el que había reflexionado.
Ese aspecto es que todas las cosas no tienen solo un doble aspecto, sino que
tienen un tercero, a veces oculto y es el que encierra la clave de los dos
aspectos mencionados.
Lo
explica fácilmente el ejemplo de una simple moneda.
Podemos
pensar que una moneda tiene dos caras, es decir cara y cruz, sin embargo sin el
borde no existirían ambas.
Otros
ejemplos por ejemplo: día y noche tienen un tercer aspecto tiempo. Bueno y malo,
conciencia, etc….
De
la misma manera que hay dos formas de introspectarnos, es decir de conocernos
hay también una tercera forma.
Esa
tercera vía es la del contacto con nuestro Yo esencial. Y ese contacto lo
conseguimos cuando nuestros pensamientos son benevolentes, o mejor dicho cuando
son lo menos malevolentes posible durante la mayor parte del tiempo pero
esencialmente en el pensamiento ultimo antes de dormirnos.
Al
igual que el universo y así como las partículas, las estrellas y también las
galaxias, nosotros somos una realidad desdoblada y contactar con nuestro Yo
Esencial es la forma no solo de conocernos sino sobre todo de vivir nuestra
verdadera vida y por consiguiente de saber quiénes somos.
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