CAPITULO III
A veces la ficción puede anunciar el próximo futuro. La Orden
de
la Serpiente existe y puede tomar forma y manifestarse
entre nosotros.
Este es un capítulo de
ficción, pero …anunciando lo que se dará más adelante, cuando de nuevo el ser humano atente contra Lilith la serpiente que forma nuestro
ADN.
Nunca mejor dicho “Aquella gente no tenía ni un pelo de tonto”.
La media penumbra se aleaba con el olor a cerveza. Todos rapados y con símbolos extraños tatuados en sus brazos
y en
su cuello. Una especie de cobra con las fauces
abiertas emergía del pecho hasta el comienzo del cuello. Era el grupo cobra. Servidores de Seth. El señor del
desierto.
Era uno de los nueve dioses primordiales,
que en su día
habían creado la vida en la Tierra. Todos aquellos iniciados
identificaban
la hélice del ADN
con la figura de la serpiente.
Su ideología, no era en si neonazi, sino más primordial. Ellos tenían el sagrado deber de conservar la genética traída por su dios, pues lo que “Dios ha unido, no lo puede separar el hombre”.
Un resorte extraño, que ninguno de los presentes entendía,
se había puesto
en marcha. Una voluntad tenebrosa, pero a la vez legítima les estaba llamando a
comenzar la gran cruzada de la vida.
Las vacunas de ARN amenazaban peligrosamente la supervivencia ordenada y codificada por su dios Seth y su hermana Neftis. Si los
políticos, científicos, y grupos elitistas seguían adelante con la imposición por ley de la
vacuna, todo se perdería. El ser-cobra,
el primer humano diseñado por los dioses tendría una regresión capaz de producir su propio aniquilamiento.
Pero ellos estaban allí, eran héroes silenciosos, capaces de dar la vida por la continuidad.
El mayor de todos ellos, rondaba los cincuenta años.
Todos le llamaban “El imperator” Era un ser culto. Había
estudiado ingeniería y dominaba varios idiomas. Conocía la tradición esotérica ligada a la historia de Egipto.
Para el Imperator
preservar la vida en el planeta era el fin
más
alto al que podía aspirar como adepto de las “Huestes
de Seth”
El grupo se reunía
en una bonita taberna está situada en
los números 24-26 de Amtsstrasse, en el barrio de Jediersdorf.
No eran terroristas. Ni neonazis, ni siquiera antisistema. Eran simplemente seres con una misión divina entregada por el Dios Seth. Todos ellos se sentían privilegiados pues su vida estaba destinada a la más
alta misión que un ser humano podría aceptar.
“Lo que Dios ha
unido, que no lo separe el hombre” y esa máxima se repetía
constantemente reproduciendo un sonido monótono que sonaba como el copto, una especie de dialecto con raíces antiguas egipcias y sumerias.
La hermandad de la Serpiente estaba integrada por veinticuatro guardianes. Siempre habían sido el mismo
número desde el tiempo de la llegada de los dioses. Los primeros eran sacerdotes confiados a culto, pero con la conquista de Alejandro y luego de César, el culto a la
Serpiente se había confiado a uno grupo iniciático, cuyo núcleo principal estaba en Austria, Francia e Italia.
Y aunque parecían distantes en el tiempo y en la
conciencia. Bastaba la mínima amenaza contra el código
sagrado del ADN entregado por los dioses para que un
mecanismo dinámico de naturaleza
extraterrestre despertara
al grupo con un
objetivo perfectamente establecido.
Aquella noche se producirían sendos
atentados en Viena y
en París. A la misma hora. En el más profundo secreto.
La tecnología que se iba
a emplear no estaba a la altura de la inteligencia policial de ningún país actual.
El imperador
había movilizado un grupo de hackers de la hermandad, que habían pirateado el sistema laser de
misiles de la OTAN.
El servicio de vigilancia militar del cuartel general de Alemania no pudo reaccionar. Extrañamente dos misiles
de
carga atenuada de plutonio, se desprendieron del
satélite orbital que en ese momento orbitaba sobre Europa Central. Los hackers,
de
la Orden de la
Serpiente había creado una anomalía en varios satélites orbitales cargados de cabezas nucleares.
Las alarmas se dispararon. En Estados Unidos se pasó a la máxima alerta y casi se produjo un holocausto atómico decisivo. En los primeros minutos el sistema se había vuelto loco. Dos docenas de misiles se habían alterado, dando lectura de ataque dirigido por el sistema laser. Rusia, reaccionó
también
rápidamente y se utilizó el teléfono rojo para parar aquella locura.
Finalmente, a las cuatro de la madrugada un misil caía sobre la cúpula central del parlamento
austriaco Y cuatro minutos más tarde otro misil impactaba en el frontispicio
del
triángulo central de la fachada del parlamento francés. En ambas ocasiones no hubo víctimas. Los guardias asignados a la vigilancia habían salido corriendo desorientados. Casi al instante se declaró la Ley Marcial. Nadie podía salir de su casa. Las tropas acuarteladas en todo Europa dependientes de la NATO fueron movilizadas. El desconcierto era total. Ni Rusia ni China sabían tampoco que mecanismo había desestabilizado
toda la red
informática. Nadie podía explicar cómo y quién había roto todos los protocolos de inviolabilidad.
La mirada del imperator reflejaba una rigidez que ninguno de los suyos antes había visto antes. El Imperator,
estaba pilotado; es decir poseído
por uno de los guardianes, con el poder absoluto, incluso de aniquilar, si preciso fuera a toda la humanidad. Seth tenía a sus servidores entre humanos y extraterrestres y en aquella ocasión se requería de una acción decisiva que pudiese hacer reaccionar a la élite comercial y tiránica de planeta.
Lo que luego sucedió no puede ser entendido por ningún mortal.
Una extraña sombra se acercó poco a poco a los pies de la cama de Emanuele Macrón y su esposa Brigitte. Una extraña luz verde inundaba toda la habitación. El teléfono sonaba como loco sin parar, pero ni el presidente ni su esposa podían moverse. Aquella presencia irradiaba un poder que penetraba en los más profundo de su espíritu y les inmovilizaba. Los ojos de aquella entidad eran asombrosos. La esclerótica casi amarilla estaba surcada
por
muchas ramificaciones rojas. Luego, sin que sus labios se
movieran, en el cerebro de los dueños de Francia se oyó una sentencia que les conmovió:
Yo soy Link el guardián de la Serpiente. Tenéis una semana para parar la administración
de la vacuna
del
Covid o moriréis, primero vosotros y luego todos y cada uno de los miembros de vuestro gobierno.
En la misma manera y modo el primer ministro austriaco Alexander Schallenberg saltaba aterrado sobre su cama.
Yo soy Link el guardián de la Serpiente. Tenéis una semana para parar la administración de la vacuna del Covid o moriréis, primero vosotros y luego todos y cada uno de los miembros de vuestro gobierno.
Los medios de comunicación comenzaron desde la
primera hora de la mañana a mostrar imágenes de los
parlamentos destrozados y la especulación y la
desinformación fue enseguida tomando forma. La CIA, y los servicios secretos de la OTAN, China y Rusia enseguida filtraron la idea que un grupo terrorismo de naturaleza islámica había atentado contra los parlamentos.
Nunca ningún grupo terrorista había ido tan lejos.
Algunos de los medios más fenoménicos comenzaron a hablar de una invasión extraterrestre, pero nadie sabía si
era algo propagandístico o se trataba de crear un estado de opinión.
A primera hora de la mañana un gabinete de crisis se reunía en el palacio de Versalles. El lujo y los decorados dorados del gran salón se mezclaban con uniformes,
armas, aparatos de vigilancia y grupos de los distintos servicios secretos.
Todos los primeros ministros de la Unión Europea, los representantes de Estados Unidos, Rusia, China, Japón e Inglaterra
habían creado un
círculo de
insonoridad absoluta y dentro del mismos, tanto Macrón como Schallenberg describieron lo que les había ocurrido.
Señores. Esto no es una amenaza humana. Esto es algo distinto. Se trata de fuerzas no humanas. O
paramos el tema de la vacuna
o tengo el convencimiento que comenzaremos a morir todos nosotros sin posibilidad de salvación alguna. Putín, conforme a su carácter no podía aceptarlo.
Ningún “hijo de puta” fuera de este planeta nos va a decir lo que
debemos hacer. Me
niego a doblegarnos.
No había terminado de pronunciar la última palabra cuando su primer ministro que estaba senado a su lado cayó fulminado sobre la mesa con un infarto sin paliativos.
Todos entraron en pánico. Aquello parecía más serio de lo que se pensaba en un principio. Alguien se había reído de todos ellos activando como si de un juguete se tratara las
lanzaderas de misiles en órbita impactándolos a voluntad en los diversos parlamentos.
En ese mismo instante en la taberna situada en los
números 24-26 de
Amtsstrasse, en el barrio
de Jediersdor, una fuerza de policía altamente cualificada, apresaba al imperator y una docena de los suyos.
Dos horas después, un helicóptero del ejército pintado de negro sin insignia alguna se posaba sobre el jardín central del palacio de Versalles.
El Imperator vestido de negro. Con su camisa abierta, de donde emergía tatuada una cobra real, fue conducido al
centro de la reunión. Se le acercó una silla giratoria y se le hizo tomar asiento.
El imperator tenía una mirada sobrenatural, inquisitoria. Sentado en aquella silla comenzó a mirar a todos y cada uno de los asistentes. Mientras la silla giraba su mirada se clavaba en el corazón de todos ellos provocando unas
extrañas náuseas que les impedía respirar.
Yo soy un servidor de la Orden de la Cobra. Mi señor Seth nos dio el poder de convocarles aquí para ordenarles que paren instantáneamente con el
proceso de la vacunación contra el Covid. El número de muertos
que han causado y lo que están por venir superarán dos mil millones de afectados y los efectos secundarios en el ADN se perpetuará por varias generaciones.
Nuestros padres creadores ya han seleccionado un grupo humano que sobrevivirá a cualquier agresión por su parte. Si no paran inmediatamente; tendrán que asumir las consecuencias. Serán sus propios pueblos los que les cuelguen en sus plazas públicas por desobedecer la orden de nuestros creadores.
Luego, una tremenda exclamación sonora salió de las bocas de todos los presentes. El Imperator simplemente desapareció ante la vista de todos los presentes.
Por primera vez en la historia del hombre, los poderosos del mundo se enfrentaban a un pode superior a todos
ellos. No tenían armas para combatir lo que no entendían y les superaba
en ciencia y conciencia.
Finalmente fue el propio
Putin quien, como una característica de su personalidad tomó la palabra.
Bien señores. Dejemos a un lado todos estas amenazas.
Comencemos primero
por aceptar lo que
está
pasando. La vacuna es simplemente una “puta mierda” que no solo ha curado a nadie, sino que ha producido millones
de muertos. Es un fracaso que todos asumimos en silencio y que nadie quiere evidenciar por miedo a las represalias de nuestros compatriotas. Hemos dejado que intereses comerciales nos manipulen ni nos utilice para sacar beneficio, olvidándonos de nuestros pueblos, de nuestra gente, quitándoles derechos y llevándolos
al matadero. Señores no necesitamos a ningún poder externo para asumir que somos una vergüenza como raza y muchos más como responsables. Por mi parte y espero contar con mi gabinete, esta misma tarde confesaremos al mundo la ineficacia y el holocausto que está causando la vacuna. Informaremos asimismo que el virus fue diseñado con fines militares por varias agrupaciones. Tenemos los testimonios y las pruebas directas e invitaremos al mundo entero a poner en marcha nuevas medidas, como el uso de antiparasitarios naturales que han demostrado ser eficaces y no producir efectos secundarios. Si Existe o no la Orden de la Cobra o el dios Seth o quien
quiera que se llame, yo haría lo mismo si veo que mi pueblo está en peligro. Somos unos indignos. Hemos perdido la sensibilidad y el amor a nuestras gentes y nos hemos distanciado de la vida y de las reacciones primarias que nos preservan ante las amenazas de los nuevos diseños biológicos y químicos. Señores. Hemos fracasado como raza y no tenemos disculpa.
Una algarabía de voces comenzó a invadir la estancia. Putin, y su séquito salieron ordenadamente de la sala en silencio y detrás de ellos todos y cada uno de los
convocados.
Dos días después de estos acontecimientos, que para muchos pueden sonar a pura ficción, La OMS dictó una moratoria en cuanto a la aplicación de la vacuna por haberse detectado metales pesados en la misma que podían producir efectos adversos.
En esa misma semana se anunció por parte de varios laboratorios la producción de un antiviral a base de ivermectina con una eficacia del 98 por ciento. Las vacunas de ARN terminaron de aplicarse. Durante los 30 años siguientes millones de muertes por pericarditis, trombos, cáncer y otras tantas consecuencias de la aplicación de la vacuna generó millones de reclamaciones en los juzgados de las distintas naciones. En algunas de ellas se ajustició por la vida sumarísima a muchos políticos que habían defendido la aplicación de aquella arma biológica que había amenazado a la serpiente que todos llevamos dentro y que habías sido traída desde el espacio por nuestros dioses.
Las autoridades buscaron afanosamente a los miembros de la Orden de la Cobra, pero parecía que se los había
tragado la tierra. Si alguna vez existieron, se tenían serias dudas sobre su existencia misma.
Solo unos pocos iniciados en el mundo saben que esta orden existe desde el principio de los tiempos. Que aparece y desaparece en la medida que algún peligro aceña sobre la programación establecida por los dioses desde el principio de los tiempos en nuestro ADN.
Dicen los protocolos secretos de La Orden de la Cobra, que hace millones de años, un grupo galáctico entró en
nuestro universo aprovechando un bucle temporal.
Eran seres altos, pelirrojos, que tomaron a las mujeres de la tierra y las embarazaron. Lo que nació de aquella unión era
contrario a lo programado por Seth y los dioses creadores, por ello movilizaron millones de seres de otra galaxia, que invadieron la tierra y exterminaron a aquella raza intrusa. Esta batalla se conoce en la Biblia como la de los Ángeles Caídos.
Nada ni nadie ha podido ni podrá cambiar el orden establecido por los dioses biológicos que nos crearon. Siempre existirá una Orden Sagrada de la Cobra que vigilará las hélices del ADN sembrado por los dioses en nuestros frágiles cuerpos.