miércoles, 2 de marzo de 2011

El padre de todos los viajes

No hace mucho escuché decir:
“Lo mejor siempre se deja para el final, ¿no?
Pues ¿qué tenemos al final de nuestra vida?
¡Lo mejor de todo¡”

Y una vez yo reflexionaba lo siguiente:
Cuando nacemos de dónde venimos nos parece como un misterio, sencillamente asomamos la cabeza y voilá, ya estamos aquí.
Pues entonces la muerte debe ser lo mismo pero en el otro sentido.
Sabemos de dónde venimos pero no en que sitio asomamos la cabeza

Recuerdo que cuando era niño, desde la ubicación de mi cama podía ver a lo lejos la luz del comedor donde mis padres se quedaban viendo la tele   - a mí siempre me mandaban pronto a la cama-  y recuerdo que durante un tiempo tenía como la sensación de la muerte.
Yo me veía inmóvil en mi cama, todo a oscuras y a lo lejos veía la luz, escuchaba voces, me sentía estar muerto.
Fue una sensación como de angustia que me acompañó durante un tiempo, luego la olvidé.
También una noche, siendo más niño aún, recuerdo perfectamente haberme despertado de golpe, me incorporé violentamente, las manos las tenía agarradas al estomago con el mismo gesto de quien ha sido atravesado por una lanza y recuerdo que esa era la última imagen que ví en mi cabeza antes de despertarme. Vivía una muerte violenta mía

Ya cuando de mayor me hice consciente de la existencia de la reencarnación y asumí la eternidad de nuestro espíritu    -somos energía y la energía ni se crea ni se destruye solo se transforma-    la idea de la muerte se despojó de ese halo de miedo que la envuelve y que sentía.

A veces me he preguntado a mí mismo, ¿Habré pasado ya el ecuador de mi vida y mi conteo va hacia atrás en lugar de ir solo para adelante?

Cuando murieron mis padres no sentí el dolor que provoca la separación de la muerte. Sabía, sé y seguiré sintiendo que siguen vivos en otro plano, pero ese es otro tema.

Pero si, a veces pienso en la muerte, qué se pasará, cómo se pasará, cómo me sentiré, sé que estaré yo allí, etc.
He decretado que cuando llegué mi momento me gustará estar tumbado en el suelo viendo el Cielo azul, ya que voy a ir pa allí quiero que eso sea lo último que vea.

Una vez un amigo mío me decía:
“A veces las grandes amistades se forjan en ese último instante.
A veces esas grandes amistades se forjan cuando alguien le da la mano a quien está a punto de morir y se lleva consigo para la eternidad ese momento de consuelo, ese sentirse apoyado por alguien y que a lo mejor te ha dedicado la última sonrisa, el último gesto de afecto”.
Quizás hablaba de una historia nuestra en común.

A veces pienso en la muerte.
En mi vida y en lo que he transcurrido de ella ya me ha dado la oportunidad de saber de ella.
He conocido personas cercanas, unas más otras menos, que ya “nacieron” al otro lado del misterio

A veces pienso en ese "viaje" y me quedo con lo que dijo Masaru Emoto:
“Venimos con el sentimiento del amor.
Debemos irnos con el sentimiento de gratitud.
Gratitud por todo lo vivido, por todo lo aprendido, por todo lo realizado”.

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